martes, 2 de junio de 2009

Ringo sin pistolas

Alguien me dijo una vez “Me gustaría vivir en un pueblo para tener un patio igual al de una finca” Eso me hizo recordar a Ringo en Codazzi; es Luis Felipe Rodríguez Romero; un hombre sesentón, ojos verdes, de mediana estatura y la agilidad de gato rociado con agua caliente; con él vi las primeras películas en el cine Tiyíco en Codazzi, pues siempre tuvo a cargo las maquinas de proyección y fue mi compañero de regreso a casa después de cerrar el establecimiento. Ringo recibió el apodo, del pueblo cineasta y observador de sus emociones después de la proyección cada genero italiano llevado al cine en su oportunidad, una época en que se renovaron las películas de pistoleros y los disparos tuvieron otros sonidos igual que las caídas de los abatidos y los estilos de desenfundar los revólveres de los chachos. Es de los pocos familiares residentes en mi pueblo natal, junto a José Alberto Edith Marina y Marcelino tratan de conservar la esencia de la pulcritud y la honradez con que mi tía Teresa y mi abuela Rosa Romero criaron a sus descendientes. Un patio amplio y sombrío es lo deseado por cualquier costeño, igual una vivienda clara y con circulación interna del aire fresco de las mañanas y bonitas tardes caribeñas. Esto parece no entusiasmar a los arquitectos, ingenieros y diseñadores modernos; quienes se han enfrascados en someter a la sociedad calentana a sufrir las incomodidades y los desajustes con la realidad y el entorno en los diseños habitacionales elaborados en la contemporaneidad donde nos someten a unos pocos metros para nuestros patios, ventanas diseñadas para climas fríos, escaleras conducentes a segundos y terceros pisos e incómodos y apretados baños no ajustados a una real necesidad habitacional. No es explicable como en la costa, donde no existen limitaciones de espacios horizontales se hagan diseños de tal naturaleza, cuando disponemos de todo el espacio posible sin los estorbos de terraplenes, rocosidades, altos costos u otras limitaciones que impidas construir viviendas acordes con los arraigos, costumbres y posibilidades de los viviendistas.

 Por ello y por muchas cosas más, me gusta ir a la casa de Ringo en Codazzi; él mismo dirigió la construcción hace unos años. Una amplia sala cuya decoración parece estar llenas de corales y diamantes de ensueños, la oficina de Aura su esposa, o bien sea la cocina, es una delicia en todo sus contenidos, amplios cuartos poseedores de ventanas resolladotas anteceden a lo más bonito de la sencilla morada de la ejemplar pareja. Sombras regaladas por guanábanos, caimitos, marañones y un guásimo hermoso, dejan sentir al visitante una sensación de vivir la vida a plenitud; es la única parte donde tomo trago cada año cuando voy a mi pueblo; allí lloro, río, cuento y chismoseo los sucesos cotidianos de la real y mentirosa vida donde me movilizo. Me abrazo a mi tío en las madrugadas de los recuerdos mozos y prevemos cosas de las cuales no estamos seguros. Él es mi amigo, sino el único. Reflexionamos sobre las hormigas y los problemas mundiales, sobre la estrechez de los bolsillos y de las viviendas de los nuevos arquitectos surtidores de las incomodas casa del momento , de la situación de Codazzi y la políticas presidenciales; sobre las condiciones actuales del ser y los errores cometidos por nosotros mismos; el me enseña y yo hago igual, pero el sigue siendo “El Ringo” con las pistolas del amor filial y del cariño del familiar amigo y bueno. Dios me lo bendiga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario