En los 18 meses que viví en Puerto Rico, acostumbraba a visitar el muelle en San Juan y por los lados de Bayamón, Ponce, Mayagüez, Arecibo y Caguas, siempre me acerque a donde hubiesen barcos fondeados.
Cuando aprendí fotografía, mis primeras graficas se las hice a los barcos, a sus capitanes y marineros que me impresionaban siempre por mi condición de vallenato mediterráneo.
Los navegantes son siempre veteranos del océano, pues hablan de cosas que no conocemos los hombres de tierra. Ellos son tristes casi todos y tienen una profundidad tremenda en la mirada cansada de observar horizontes infinitos, pero despiertan el deseo de hablar con ellos y escuchar experiencias que tienen los tintes de raras para los que conocemos poco al mar.
Cuando aprendí fotografía, mis primeras graficas se las hice a los barcos, a sus capitanes y marineros que me impresionaban siempre por mi condición de vallenato mediterráneo.
Los navegantes son siempre veteranos del océano, pues hablan de cosas que no conocemos los hombres de tierra. Ellos son tristes casi todos y tienen una profundidad tremenda en la mirada cansada de observar horizontes infinitos, pero despiertan el deseo de hablar con ellos y escuchar experiencias que tienen los tintes de raras para los que conocemos poco al mar.
Amigos hipies en mi juventud (cerca a Ponce) Kevin, Laskon; Katia y yo .
Muchos usan pipas que succionan lentamente, una gran mayoría se ponen franelas a rayas, cachuchas o boinas y se tatúan la piel. Debe ser a causa de la desocupación y el tedio en la cubierta de sus barcos, después de haber echo las labores de aseo y otros menesteres.
Mario Iglesias es un retirado capitán argentino que conocí en Puerto Rico, con él viajé a Porlamar en la isla de Margarita, a Puerto España en Trinidad y a las Guayana Holandesas hoy Surinam. Compramos perlas y negociamos diamantes en un ambiente hostil pero sin los tintes mafiosos que hoy se dan en las cosas ilegales.
Vino a verme después de 20 años cuando lo dejé en Caracas tratando de casar a su hija, quien había venido con él desde Salta, su tierra.
Me reparó de pies a cabeza, los pies pesados y la canosidad de su cabeza me dieron a entender que estaba cansado de vivir. Trajo mate, y resinas de la pampa; pantalones anchos y gafas oscuras. Hablamos dos días seguidos y me contó de sus nietos, del fútbol, de Buenos Aires, del río La Plata y de sus viajes a Montevideo donde reside su hija.
Le prendí el equipo, le brindé aguardiente, tomamos café y escuchamos vallenatos toda una noche. Se enamoró de la música y eso me agradó. Entre los músicos que sobresalieron a su gusto; prívense: Alejo Durán, Diomedes, Alfredo Gutiérrez y Luis Enrique Martínez y, eso que le presenté a los interpretes nuevos también.
Ello me dio una lección sobre lo que hemos venido transmitiendo siempre a los nuevos artistas de la composición, el canto y la ejecución. Lo que se está grabando ahorita, es música para un rato; todavía aquellos de ayer siguen gustando y si no lo creemos, sintonicemos una emisora seria y escucharemos a los mismos de ayer ejecutando y cantando sus melodías y a los de hoy interpretando los cantos y melodías de los de ayer.
En estos momentos, cuando escuchamos una canción que va por la mitad de su interpretación musical, sin escuchar la letra no sabemos cual es, pues el pum pum rápido y raudo, es igual en todas.
No entendemos como acordeoneros como Israel Romero, otrora tan bueno, haya caído en el jueguito en el que están asomados otros de iguales buenas condiciones como Omar Geles y muchos, pero muchos más, contagiados con el firifíri.
Y son bastantes, pero nombro a éstos que admiro tanto y que me causan un fuerte dolor al notarlos impregnados de una forma de ejecutar el instrumento que tanto conocen y al cual le pueden sacar tantas notas bellas conservando las raíces del folclor musical mas hermoso de Colombia.
Cerro Murillo en Valledupar.
A él le han cantado muchos
compositores de
música vallenata
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