Por Rodrigo Rieder
“Hay cosas bellas en la vida que solo con la muerte pueden
acabar”. Así comienza una hermosa canción de Emilianito Zuleta que escuché
estando jovencito en Codazzi. Ese pueblecito que me vio nacer en la “Calle del
Toro” un 20 de mayo de 1950.
La vivienda donde reside Basilio detrás del cine Tiyico,
recibió mis primeras travesuras y las inquietudes de mi papá, quien volaba
cometas con luces originadas por focos de manos
instalados en sus estructuras que hacían de los momentos un espectáculo que
llenaba la as puertas de mi casa en las oscuras noches del Codazzi sin energía eléctrica
en las primicias de los años de la década de los 50s.
El agua para el consumo
humano se vendía en burros por los jóvenes muchachos que antes de ir a clases
traían de las múltiples acequias, el precioso liquido con que se llenaban las
tinajas; me acuerdo que cuando estaba más grandecito en la tienda de nuestra vivienda había un radio tan grande como
una butaca, el cual tenía un bombillo verde que se encendía una vez se
calentaba y comenzaba a funcionar después que se prendiera un motor para
generar la energía que servía para alumbrar las noches hasta que nos acostábamos.
En la mañana de los domingos iba a misa con mi abuelo
Rodolfo y nos poníamos a presenciar alguna travesura de mi padre Mauricio
Rieder, quien hacia piruetas en una bicicleta de doble marco en tamaño
fabricada por él mismo y de las continuas bromas y pases de magia que hacía
para divertir a los que asistían a la gran segunda tienda del centro (la primera
pertenecía a mi abuelo).
Mi madre Dilsa Durán, quedaba acompañada de Rosalía y Martha,
dos muchachas de 7 y 8 años en esa época y las cuales habían criado mis abuelos
desde bebes después que su madre, una indígena yukpa la picara un alacrán en el
seno y muriera por tal fatalidad.
En algunos momentos de esa juventud íbamos a La Palestina,
una finquita de propiedad de mi familia materna al lado de
El Cairo y donde después de muchos años funcionó una pista de aterrizaje
de avionetas de fumigación (Fadeco), donde había toda clase de frutas y se
procesaba la caña de azúcar para hacer panela.
Fueron los mejores y mayormente disfrutados años de mi niñez,
en esa finquita fui un niño repleto de felicidad; mi tía teresa me regañaba
cuando corría detrás de las gallinas. Toribio, Mabel, Antonio, Beatriz, Carmelo
y Julio eran unos muchachos que no sé porqué razón quedaron sin padres y fueron
criados allí sin ningún requerimiento económico por parte de ellos, ni
distinción frente a los otros primos míos, ellos también se consideraban
familia por todos nosotros.
En La Palestina se cosechaba arroz, maíz, plátano, yuca y
habían sembrados menores para complementar la alimentación como ajíes,
cebollincitos, limones y demás. Los frutales de todo género en clima caliente
estaban sembrados a la entrada de la estancia por donde también corría una
acequia de fresca y limpia agua que después con el paso de los años
desapareció.
LOS QUE ME QUEDAN
De los hijos de la hermana de mi mamá o bien sea Teresa quedan tres hijos que residen en el barrio
Las Delicias: Luis Felipe Rodríguez, Marcelino, José Alberto; Mariana habita en
Barinas Venezuela con su familia, ya murieron tres hermanas de ellos: Esther, Rosa
y Edith Marina.
Esa es la familia con todos sus descendientes, que me queda
en Codazzi aparte de dos hijos Ulises Rodolfo y Efer Amid junto con sus hijos.
La última vez que fui a mi tierra me emocioné tanto que
lloré a la entrada donde está ahora una guitarra, recorrí las calles con una
calma de misionero, Cecilia me observaba con detenimiento y cuando llegué donde
Felipe, o bien sea El Ringo, así le dicen en el pueblo desde cuando se
emocionaba cuando presentaba películas como operador de maquinas en el cine
Tiyico de tal personaje pistolero que a él lo emocionaban mucho, me emocioné
mucho y hable hasta tarde de la noche hasta cuando el sueño me reclamó en la
cama en las horas de la madrugada.
En una de las vueltas que di por el vecindario encontré a
Marcelino y su esposa Elba sentados como dos palomitos en la puerta de su casa,
a José Alberto no lo vi, pero para él tengo reservado mi próximo viaje a la
ciudad de mis ancestros.
Salí en la mañana con destino a Bucaramanga, pasé nuevamente
por las principales calles de mi pueblo, todo está cambiado, las casas están desteñidas,
los personajes de mi juventud están cansados en su caminar y la piel se les ve
un poco ajada, mucho pavimento en sus calles, el agua no llega a los hogares
continuamente y hay muchas bicicletas y mototaxis recargando el diario
trajinar, en fin es otro Codazzi distinto al del Pozo de la Vuelta, al Siderio,
al de los ruidos temprano de los motores de las avionetas y al de los gritos de
los voceadores que requerían trabajadores para relear o recolectar algodón en las fincas.
Besé a Cecilia al pasar por el lugar donde una vez existió
La Palestina, no hay gran cosa allí ahora, no existe nada sembrado, la tierra
está árida y no hay ninguna acequia, el Pozón está seco y solo cuando pasamos
por Motilonia vi fertilidad.
Me llevé los recuerdos los guardé en el ganchito de las
cosas hermosas contenidas en mi libro y me dedique a vivir el presenta que hoy
me regala la vida al lado de una hermosa mujer.