Por: Rodrigo Rieder
Los domingos en Valledupar se deben aprovechar con mucho cuidado, pues es poco lo que hay que hacer; en unos de esos aburrimientos cotidianos de los fines de semana, en los que muchas personas se dedican a jugar dominó en las puertas de sus casas o a libar alcohol, si acaso no se van al río. Me fui a Los Jardines del Ecce homo a vivir un rato con los muertos.
Es un bonito parque cementerio, allí me senté a la sombra de un árbol y me puse a contar sepulturas y a observar las flores, muchas ya marchitas, otras artificiales; algunas acomodadas alrededor de los limites de la propiedad de cada difuntos, otras en círculos, y las tumbas más solitarias, en cualquier parte reservaban los manojos; algunos maltrechos, otros mallugados.
La sección más nueva de estar recibiendo cadáveres, estaba repleta de visitantes, mientras que los lugares por donde hace algún tiempo se comenzó la siembra de despojos, estaba desolada proporcionalmente con las otras que a cada a cada medida del tiempo pasadp, iban mostrando el olvido de sus dolientes.
Eso me trajo a la mente, que los muertos como el amor y otras manifestaciones, son olvidadas con el paso de los años. En la parte nueva había una circulación animada de señoras de edad madura más que todo, con sus vestidos negros todavía, arreglando y regando con agua y lagrimas una que otra tumba, mientras que en los otros lugares se denotaba menos decoraciones y, los escasos visitantes presentaban vestiduras coloridas, pequeños grupos de viejos acompañados por jóvenes y niños hacian la visita en medio de animadas charlas denotando el olvido al dolor sentido en los primeros momentos de la partida del difunto.
Como todo es posible en este mundo, lo mismo que en el otro, pensé que, podría ser que un día regresarían los muertos a descifrarnos los secretos que ellos ya conocen; podría ser que ellos retornaran y nos contaran lo que ocurre más allá de las tumbas y del misterio todavía inviolado.
En caso de que esto ocurriera, no me inclino del lado de las cosas amargas, de los castigos implacables y eternos; puede ser que cuenten cosas increíbles, bellas y del mismo linaje de los sueños despiertos de los hombres buenos y de la poesía, que no tienen desenlaces dolorosos y tristes, si no relatos maravillosos, de esos que derrotan el temor, las agonías, las funerarias y esas otras cosas que simbolizan y consagran la muerte, tan temida, tan desacreditada y tan oscura.
Si los muertos hablaran y volvieran con sus desconocidas y esperadas palabras, tal vez nos dirían que morir no duele nada, que hacerlo es entrar al reino de la luz y de las flores que nunca se marchitan; poder perder peso sin ninguna dieta, o mejor sentirnos sin ningún peso encima y poder caminar sobre la brisa hasta el fuego de la estrella más lejana, si tener la posibilidad de caer en cualquier sitio, conservando la transparencia y la serenidad. Que bello sería; ¿verdad?
Si conociéramos los vivos eso; dejaríamos de visitar a las tumbas y comenzaríamos a envidiar la muerte, porque así es el hombre. Queremos el bienestar que el otro tiene; entonces entraríamos a querer morirnos. En los muertos desaparece la noción del tiempo, de espacio y de remordimiento; pienso que en sus adentros todo es salud, plenitud y esplendor, no hay zozobras ni oficinas, ni vanidades, tampoco patrones, ni palabras vanas, no hay; aguaceros, incertidumbres, porvenires, limitaciones, accidentes, pesadillas, traición, celos, ni dolor; tampoco existen las esperas frente a una secretaria grosera, o esas manifestaciones que hay que soportar sabiendo que son falsas y que debemos creelas como ciertas.
Pienso que tras la muerte solo hay cosas buenas que se pasean sonriendo sobre las cruces y los terraplenes de tierra, en forma suave y silenciosa como el volar de las mariposas, pero que ese es un vuelo eterno donde no se pierde nada, pues no hay que hacer ningún esfuerzo para cruzar los mundos que tiene el universo.
Si llegasemos a conocer la muerte; entonces estariamos deseando morirnos.
Que buen articulo felicitaciones
ResponderEliminarOk muy buenno
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