Franz Rieder Carrillo:
Se fue para siempre mi sobrino
Por: Rodrigo Rieder Durán
Hoy después de muchos años retomo ésta columna criticona tras la invitación de José Orellano, mi amigo de mil batallas periodísticas y quien como yo viene de reponerse de la pérdida de un ser querido.
José me contaba que en los últimos días antes de venirse a Valledupar había compartido mucho junto con su papá y que habían sido unos agradables y hermosos momentos, que se había sentido niño, había jugado con el progenitor de sus días atesorando de paso los más bellos recuerdos que hoy cada vez que le llegan a la memoria, dibujan una sonrisa en su rostro.
Parecido el caso de lo vivido en los últimos 10 meses, cuando dos sobrinos perdieron la vida en la ciudad de Medellín. Solo que la similitud se da en el caso sentimental y los bellos recuerdos que conservo de ellos; Rodolfo Mauricio y Franz encontraron la muerte en forma trágica en las calles y avenidas de la ciudad de la “Eterna Primavera”. El primero era el más joven, con apenas 23 años encontró la muerte en un accidente tras salirse de la vía regresando de la Universidad a alta velocidad y tras el festejo de un exitoso semestre de ingeniería y Franz, mi sobrino mayor fue asesinado la semana pasada cuando esperaba el cambio de luz en un semáforo para subir a casa de su padre, mi hermano Rodolfo.
Es muy duro recoger a un hijo recién muerto violentamente como le pasó a él. Pensó cuando vio a la policía y a un grupo de curiosos alrededor del vehículo que conducía el muchacho y que se trataba de un retén de la policía, se apeó para investigar que pasaba con su hijo, uno de los agentes le dijo al ser preguntado: mataron al conductor. Para robarlo.
Cuán grande fue su sorpresa al encontrar a su hijo bañado en sangre con un tiro en la cabeza. Un desconocido había terminado con su vida tras la intención de robar su carro.
Allí se truncó otra vida y se sembró un dolor en el corazón de una familia; nunca estaremos de acuerdo con la muerte cuando llega inesperadamente. Miré a José Orellano a los ojos mientras pensaba en esto y me di cuenta que las visitas que habíamos recibido, eran parecidas pero no iguales. La pérdida de su padre le llegó cuando él estaba en constante contacto con uno de sus seres más queridos cuya vida se apagó tras el llamado natural de Dios; a mis dos sobrinos se les fue la vida cuando apenas la comenzaban a disfrutarla y en circunstancias trágicas que dejan un sabor amargo y una inconformidad que llega a la memoria en cada momento que vemos a los jóvenes conduciendo a altas velocidades en barrios residenciales, como el caso que se da en el sector de Arizona acá en Valledupar, donde unos hijos de papi, al parecer enamorados de alguna quinceañera del sector hacen rechinar las llantas de sus burbujas y tomando vueltas de película hacen salir a las madres con hijos pequeños del sector a revisar los frentes de sus viviendas para proteger a sus párvulos.
También vino a la memoria el fatal recuerdo cuando ayer un jovencito corría detrás de la gobernación con una cadena de oro en la mano que había rapado a una señora hacía unos momentos y trataba de huir de sus perseguidores que con gritos y chiflidos trataban de sugestionarlo para que tirara el producto de su robo; cosa que no se dio pero que tampoco dejó resultados fatales donde se perdiera una vida.
Así son las cosas de la vida que nos hacen pensar que los hijos necesitan ser corregidos oportunamente para que no cometan las imprudencias que luego nos traen el luto, la desesperanza, la tristeza, su falta y la culpa.
El caso de José fue un designio de Dios, como también pudo serlo el de mis sobrinos, pero algo habría podido hacerse si acostumbramos a nuestros descendientes a ser prudentes, respetar las reglas de la vida, a ser prevenidos y hasta desconfiados en ciertos momentos, obedientes de sus padres y en general a respetar los diez mandamientos de Dios.
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