Por Rodrigo Rieder
Corría el año de 1955 en Codazzi, residíamos en una casa
construida con madera en su totalidad dentro de un largo solar cercado
igualmente con tablas de madera de distintas manifestaciones donde mi padre
había construido tres cuartos y una cocina que no estaba conectada directamente
a las habitaciones y donde se cocinaban los alimentos con leña.
En la fachada que daba a la calle habían dos portones: uno
grande para entrar el camión de 8 toneladas con el que él repartía en los negocios de Codazzi, tambores de petróleo
y ACPM que traía de alguna parte y otro
portón al cual se le había instalado un neumático de vehículos para que halara
y se cerrara una vez se dejaba libre al pasar y que servía para el ingreso de
las personas a la parte interna donde estaban las habitaciones mencionadas.
Una noche mi papá
improvisó una fiesta nocturna en su casa y arrimo el enorme camión al lugar
donde estaba el cuarto principal, compró botellas de aguardiente, prendió el
radio e invitó a sus amigos a parrandear, estando entre ellos y de los que
acuerdo pues yo tenía en esa época 7 años: Adulfo Díaz, Nicolás Morales, José Eduardo Garcias, el profesor Luís Ávila, Jorge
Sedán entre otros.
Como el camión tenía radio, éste servía para amenizar con música
los momentos que entre baile y conversaciones se disfrutaban los asistentes
donde se contaban mujeres como las vecinas una tía mía y alguna que otra esposa
de los asistentes.
En esos tiempos no había energía eléctrica en Codazzi o si
había y no me acuerdo, esta se suspendía a las 11 de la noche; entonces se
usaban las llamadas lámparas “Primus” que funcionaban con gasolina y aire comprimido
en sus tanques que debían ser alimentados de vez en cuando, cada vez que el
aire se agotaba en sus tanques de almacenamiento.
Estaba siempre en la puerta pendiente de lo que sucedía y
prestar la ayuda que me correspondiera en la animada fiestecita y a pesar de
tener ganas de dormir no lo habría podido hacer porque mi sitio de colgar la
hamaca donde siempre dormía, estaba siendo usado como pista de baile y lugar de
conversaciones de los fiesteros.
Cuando de pronto la luz de una de las dos lámparas comenzó a
bajar de intensidad y alguien me ordenó desde adentro: “Rodrigo ve a ver a ver qué le
pasa a la lámpara”; fui a la cocina y puse la lámpara encendida sobre
un mesoncito y comencé a bombear con mi pequeñas manos para alimentarla de aire
y se me resbaló la mano y pegué el codo al tubo de vidrio quemándome superficial
y dolorosamente el brazo, entonces
comencé a gritar, alguno grito: “Rodrigo está llorando en la cocina”,
vino mi padre ebrio y al momento de preguntarme me asestó una fuerte cachetada
sobre el rostro caí sobre una pila de leña en el momento que justificaba el golpe
diciéndome: “No seas inútil llorón de mierda”.
Me incorporé como pude y salí al patio mientras los mayores
abastecían de aire al artefacto, mi tía Ana se acercó y me preguntó el motivo
de mi llanto, cuando se enteró salió a discutir con mi papá sobre el fuerte
golpe que me dio, que pasó a ser la limpia o pela número 31 de las 42 que
alcanzó a darme en mi niñez y juventud.
No resiento, ni he resentido jamás de mi padre por haberme
castigado, solo escribo esto para analizar lo que pasaba en aquellos tiempos
cuando a los hijos nos formaban entre reprensiones fuerte y consejos, frente a
la forma libre, llena de comodidades y sin restricciones que se forma a los
niños y jóvenes de hoy.
Jamás fue necesario llevarme donde un psicólogo o psiquiatra,
nunca contesté, ni discutí con mi papá, siempre respeté a los mayores y me
considero un hombre de servicio i útil a la sociedad de mi país como considero
a mis hijos. Jamás tuve stress, ni pasó por mi mente consumir drogas ni licor y
no tengo experiencia en el manejo de tratamientos para adictos porque nunca
estuve involucrado en esos menesteres con mis hijos.
Con la sociedad actual está pasando algo raro, hemos dejado
el manejo del hogar al sexo femenino que consiente, apoya, alcahuetea y deja
pasar detalles perjudiciales para el futuro de la juventud, que una vez se
tempranamente, se hacen dueños de su manejo con el consentimiento del ICBF,
comienzan a manejar sus vidas sin estar preparados y ahí vienen las cantidades
de problemas para los padres, que para ayudar y arreglar esos problemas si son
padres y por ende se proyecta el deterioro social que estamos viviendo en la
juventud de hoy.
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