GERMAN PIEDRAHÍA: UN AMIGO DEL ALMA
Rodrigo Rieder
Hoy martes 13 de marzo resolví pasar a la clínica y visitar a mi amigo y colega Germán Piedrahíta. Después de todos los protocolos de entrada subí al séptimo piso y, en el cuarto 14 estaba sonriente mi amigo, con un tubo conectado a su tráquea, una aguja permitía el ingreso destroza a su brazo derecho y otro tubo plástico llevaba alimento a su estomago.
Ángela su hija había quedado en las afueras del establecimiento para permitir la entrada de Cecilia y mi persona, afuera una brisa persistente y fría sacudía la ropa de los cientos de transeúntes que colmaban las calles llenas de automotores, carretillas, bicicletas y demás elementos de movilización usados por las personas que alcanzábamos a mirar por el vidrio de la ventana.
Germán dibujó una sonrisa en su rostro que me transmitió alegría, nos tomamos de la mano y le hablé de lo cotidiano, el tomó su libreta para comunicarse y me escribió continuamente a cada pregunta mía sobre el tratamiento recibido en el dispensario. Bajé la vista y leí unas líneas que él había escrito en su soledad, de verdad me conmovieron, estás decían, palabras más o palabras menos: “Pronto me levantaré de acá de este lecho y volveremos a caminar tomados de la mano hacia el parque y miraremos los rieles del tren como lo hacíamos en aquellos tiempos”
Supongo que estas frases estaban dirigidas a Silvia su esposa. Hablamos o hablaba yo, el escribía con optimismo sobre su mejoría, en cuanto al dolor y a la comodidad que presta el establecimiento y de los trámites realizados por su familia en Valledupar, donde la EPS que a él le corresponde se demoró tanto para seguir el procedimiento que requería su enfermedad hasta el punto que hoy mantiene un tumor del tamaño de una pelota de ping pong en la garganta.
Ángela su hija había quedado en las afueras del establecimiento para permitir la entrada de Cecilia y mi persona, afuera una brisa persistente y fría sacudía la ropa de los cientos de transeúntes que colmaban las calles llenas de automotores, carretillas, bicicletas y demás elementos de movilización usados por las personas que alcanzábamos a mirar por el vidrio de la ventana.
Germán dibujó una sonrisa en su rostro que me transmitió alegría, nos tomamos de la mano y le hablé de lo cotidiano, el tomó su libreta para comunicarse y me escribió continuamente a cada pregunta mía sobre el tratamiento recibido en el dispensario. Bajé la vista y leí unas líneas que él había escrito en su soledad, de verdad me conmovieron, estás decían, palabras más o palabras menos: “Pronto me levantaré de acá de este lecho y volveremos a caminar tomados de la mano hacia el parque y miraremos los rieles del tren como lo hacíamos en aquellos tiempos”
Supongo que estas frases estaban dirigidas a Silvia su esposa. Hablamos o hablaba yo, el escribía con optimismo sobre su mejoría, en cuanto al dolor y a la comodidad que presta el establecimiento y de los trámites realizados por su familia en Valledupar, donde la EPS que a él le corresponde se demoró tanto para seguir el procedimiento que requería su enfermedad hasta el punto que hoy mantiene un tumor del tamaño de una pelota de ping pong en la garganta.
Él espera el resultado de una biopsia para saber que seguirá en el tratamiento que al parecer se hará todo acá en Barranquilla, Ángela su hija acompañada de su novio continuamente haces esfuerzos porque las determinaciones de la administración y el cuerpo médico del centro hospitalario sean rápidas, acertadas y de buen procedimiento para el enfermo. Ellos tras noches de trasnocho y esfuerzos cuidan con esmero a un Germán que se deja ver optimista, pero que la preocupación le deja ver pasajes de nostalgia y añoranzas, entre ellas le denoté las ganas que tiene de ver a su Silvia del alma.
Cecilia y yo nos despedimos después de 40 minutos de visita, le noté un respirar profundo y ronco por el tubo que sale de su garganta, me señaló el papel donde me decía que estaba pesando 50 kilos, que había ido al baño dos veces en el día y que no tenía dolor alguno, puse mi mano en su frente y le vi resbalar dos lagrimas en silencio, las acompañó con una sonrisa y me dio la mano, me dijo algo que leí en sus labios por donde no salían solo movimientos: “gracias amigo; amigo de verdad.”
Escribió luego sobre su libreta y al pasármela leí: “Consígueme un libro para leer”. Miré en silencio y mandé mensaje al cerebro para volver mañana trayendo debajo de mi brazo el pedido de mi amigo enfermo y esbocé un pensamiento que me pasó por la mente:
Alargo al enfermo el paso, y vuelvo,
cuantoalargo el paso, atrás el pensamiento;
no vuelvo, que antes siempre miro atento
la causa de mi gozo y de mi preocupación.
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