TEODORITA Y MARCELINO;
MIS LEJANOS COMPADRES
Rodrigo Rieder
En un receso de la
vida en pareja y trabajando para El Heraldo haciendo corresponsalías esporádicas
se me encargó un trabajo sobre los cantores de la orilla del rio Magdalena, me fui
a Talaigua Nueva tras pasar por Mompox y entre lanchas y motos me hicieron
arrimar a tierra firme en Pinto.
El
área urbana la constituyen los antiguos corregimientos de Pinto y Pinto Nuevo,
fusionados como una sola célula urbana que hoy conforma la cabecera municipal,
localizada a orillas del Brazo de Mompox del Río Grande de la Magdalena. El
área rural la constituyen los corregimientos de Carretal, Cienagueta,
Cundinamarca, El Veladero y San Pedro.
Hay
un Pinto distinto y el antiguo que en épocas de invierno y cuando el río crece
sus moradores se trasladan al nuevo Pinto. Teodorita había residido en Codazzi
en tiempos de su bonanza algodonero, Marcelino su esposo trabajó con los
hermanos Villarreal en algunas fincas algodoneras y ganaderas; luego regresaron
a su tierra natal y el volvió a ser pescador y ella la procesadora,
comercializadora del producto y administradora del dinero.
PINTO: COMO ES
Llegué
a la plaza, una pequeña y cuidada iglesia blanca acompañada por unos patos que
volaban alrededor enmarcaban un cuadro visual hermoso, el cielo azul daba la
sensación de oler a ozono y unas cuantas personas se asomaban a las puertas
para ver quién era yo enfundado en una camisa a cuadros rojos, cachucha del
mismo color, pantalones amarillos, una cámara en el hombro y un pequeño
maletín.
No vi
personas de cabello rubio y creo que no las había en el pueblo, eso concluí
porque me miraban con recelo y haciendo énfasis visual en el color amarillo de
mi pelo. Pregunté por Teodorita y me respondió un señor que le faltaba un brazo
que había perdido al usar dinamita para pescar: -“esa es la mujer de Marcelino;
yo lo llevo- respondió.
Caminé
dos calles y doblé a la izquierda y luego estaba al frente de una vivienda de
color azul turquí con la puerta enmarcada en una lámina de zinc. –“Compadreeee”- gritó de emoción y nos
abrazamos, tomamos tinto en totuma y sentados en un taburete de cuero peludo
esperamos a mi compadre Marcelino.
Así
es su gente; pescadores, agricultores de pequeñas parcelas, sinceros y francos
al hacer sus cosas y viviendo un cambio que les ha permitido cambiar a los
burros por las motos como medio de transporte, pero siguen enfrentando las
crecidas del río en invierno y mudándose a donde la altura de la tierra se los
permite.
MI PESCA
En la
noche hablamos de la abundancia del bocachico en tiempos pasados y las pescas
que se hacían en las calles del pueblo cuando el Magdalena se desbordaba y que
ahora solo eran historias. Nos recostamos en dos sillas-descanso en un amplio
patio donde se miraban las estrellas, pero esa noche no estaban; Teodorita nos
traía café a cada largo rato dl momento y tras contarle a mi compadre a que iba
a Talaigua Nueva me dijo: -“Compadre, yo sé cuánto le gusta la pesca, acompáñeme
mañana a la ciénaga y luego se va a escribir sobre las músicas de las viejitas”-
Dormimos
un rato en las hamacas mecidas por una brisa suave que entraba por la parte sur
del corredor, escuchamos el canto de un gallo y el meció mi colgadero, miré el
reloj y eran las cuatro de la mañana; fue a un tanque lleno de agua ubicado
bajo un techo que hacía de lavadero de ropa y se bañó con cuatro o cinco totumazos;
hice lo mismo, cambié la cachucha por un sombrero alón, me puse unas botas y
ahí me fui con el compadre.
Llegamos
tarde según concepto de otros pescadores que junto a nosotros amarraban a sus
canoas los aparejos y embarcaban agua potable para todo el día, nosotros hicimos
lo mismo y en una cava de icopor aseguramos los preparativos que nos entregó
Teodorita al salir.
Navegamos
impulsados por remos, participé con un alternativo, pero fue muy grande el
esfuerzo y me quedé quieto. Entre tarullas, troncos salidos, playitas a la
vista, garzas blancas, babillitas pequeñas y patos yuyos llegamos a un paraje y
mi compadre se puso de pie tras detener la canoa, alistó su atarraya, se paró
sobre los bordes en la proa de la canoa y tras, tiró.
Que bello espectáculo. Al salir impulsada, la red se abrió y dejó ver una luna tenue tras el brillo del sol sobre el copo de unos árboles; volaron pajaritos asustados y sardinitas ariscas brincaron sobre el espejo de agua; mi compadre sonrió, creí en su sonrisa y así fue, poco a poco cobró la red que había ido a lo profundo de la ciénaga y comenzaron a verse los peces, que emoción.
Eran
las diez y treinta de la mañana, abrió la cava y ahí estaba; Teodorita sabía
que a mí me gustaba la yuca con queso rallado, eso había en un pequeño envoltorio,
pero el queso estaba en un bloquecito y a su lado estaba el rallador. Tras el
movimiento continuo de la canoa cuando mi compadre pasaba el queso por el
aparatico la nave no dejó de moverse.
Bueno,
pasé un rato diferente en la vida; esa tarde almorcé bocachico frito con yuca y
agua de panelas fría, me bañé y esta vez me preparé para tener conversaciones
con mi comadre para después salir a hacer lo que correspondía a mi trabajo como
periodista, abordé una lancha distinta hacia Talaigua Nueva lleno de nostalgia
y convencido de que para ser feliz no se necesita ser adinerado, ni los
supermercados cerca, tampoco las corbatas ni las prendas de oro en las orejas o
manos de una mujer, es cuestión de actitud, ellos por ejemplo ni se daban
cuenta los felices que vivian.
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