Por Rodrigo Rieder
No es fácil vivir y en medio de
ello conquistar la comida diariamente asistiendo los espectáculos de desatinos
y los espejismos de engaños y muchas otras cosas que despiertan en cada uno el
pesimismo, el dolor y el abatimiento.
La vida es dura pero sabrosa,
estando en Valledupar me siento habitando en un nido gigantesco donde siempre
siento tibio el cuerpo y tranquila el alma.
En medio del fuerte aguacero me
dediqué a mirar el horizonte mientras las ráfagas de brisa me acariciaban las mejillas y la ropa se mojaba, quise
sentir el agua generando frío en el cuerpo y aunque a intervalos me sobresalté
con los fuertes truenos, dejé que mis ojos se acostumbraran a los fulgurantes
relámpagos previos y al ensordecedor sonido propio de los buenos aguaceros.
El entorno estaba acompañado de
la soledad, la oscuridad llegó de pronto en el momento que un relámpago hizo
colapsar le energía eléctrica, entonces quise disfrutar con mayor intensidad la
torrencial lluvia que con sus gruesas
gotas acompañaban el fuerte ventarrón que hacía temer lo inesperado, pero sin saber
que podría ser.
Una rana blanca igual a mi piel
brincó de pronto y desde afuera se adhirió a la puerta, se acomodó y compactó
el cuerpo hasta mimetizar su color que desapareció con la oscuridad, unos patos
pisingos pasaron volando bajo y luchando con la brisa para posarse a pocos
metros de donde los podía ver cada vez que un relámpago alumbraba el largo
patio rodeado de trupios y un guamacho
grande que se mecía como con alegría y fortaleza recibía los embates del pequeño
huracán.
Entre truenos, el sonido del
aguacero, el olor a mojado, la vista de los relámpagos, el frio y un horizonte
marcado a intermitencia, me di cuenta como mis cinco sentidos percibían el
aguacero bendito que caía en mi tierra.
Escampó y comenzó el concierto
musical de sapos y ranas, una tangas
acompañaron la sinfonía con sus entorpecidos cantos y me dispuse a salir para
regresar a casa; hundí los pies en el barro frágil y caminé con agua a la media
pierna hasta donde estaba en vehículo que me llevaría a la residencia y empaque
todo en medio de las últimas gotas de lluvia; cuan bella fue la sensación al
sentir empapado el cuerpo y con cara al firmamento le di gracias a Dios por
permitirme ver y sentir la vida de ésta manera.
Ya conduciendo en mi regreso mis
pensamientos siguieron circulando en el entendimiento y me puse a analizar como
hubiese sido sentir este fenómeno
natural encontrándome en la ciudad y encontré
que quizás no lo habría disfrutado tanto. Llevaba ganas intensas de tomar un
café caliente, de arroparme con una tipia capa de peluche suave y dormirme sin
percatarme cuándo en qué momento se
cerrarían los ojos y se apagara el suiche momentáneo de estar viviendo.
Volví al campo al día siguiente
donde estuve pasando el aguacero y todo estaba renovado, un espejo de agua
cubría el lugar de mis preferencias, cuanta música del cantar de variedades de
aves le daban alegría al sitio, una cotorras jugueteaban en el árbol verde
ahora reposado y unas mari mulatas hacían el amor sobre una rama seca, tres
flores de arbustos recién sembrados regalaron a mi vista una bella combinación
con el verdor del pasto simbolizando románticamente una bandera enviada por
Dios para mi deleite.
Miré la pared y ahí estaba la
ranita que ayer había visto saltar durante el torrente de agua caída del cielo,
solo observando con cuidado la pude detallar que no mostraba ojos ni
separaciones de miembros, solo hacia
parecer una esponjita gris igual al color de la pared; la tomé con cuidado y su
cuerpo frío me sorprendió, brincó desde mi mano y vi sus órganos, antes que
desapareciera.
Prendí un radiecito verde y lo primero que escuché
fue la voz del papa Francisco en su visita Colombia; la voz suave y pausada
penetró a mis oídos lentamente, escuche cuando decía: "Se
necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los
conflictos que han desgarrado esta nación por décadas; leyes que nazcan de la exigencia pragmática de ordenar
la sociedad, del deseo de resolver las
causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia".
Volví a mirar alrededor y noté la
pureza de la naturaleza, la armonía en sus sonidos, lo dulce del rocío que
comenzó a caer, el gratificante aroma de las tres flores recién abiertas y la
integralidad del frio cuerpo de la rana involucrado en un panorama construido
por Dios para darnos lecciones que la mayoría de las veces no entendemos o ni
siquiera nos detenemos a estudiar para poder Entenderlo.
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