miércoles, 12 de junio de 2013

ASÍ NACÍ

UN 20 DE MAYO

Un 20 de mayo a las cinco de la tarde una señora llamada Dilsa Durán sintió esos dolores fuertes que solo las mujeres embarazadas sienten y mi padre corrió a llamar a Guillermo Oliveros, uno de los comadrones del pueblo, dueño de farmacia y bar además, para que atendiera la llegada del primer descendiente Rieder (había fallecido Rodolfo Garcias Rieder, el que hubiese sido el primero).
Esto sucedía en la llamada por un tiempo “Calle del Toro” frente a la esquina “El Cuncurrinche” de Codazzi, por allá  en 1948, cuando Mauricio mi papá tenía 18 años de edad y mi madre 15. Me contó mi madre que a las 5.30 yo estaba llorando ya en una hamaca, pues en esos tiempos las cunas eran sueños que no se realizaban en ese pueblo hermoso.
Al rato llegó mi abuelo Rodolfo Rieder y según cuenta mi progenitora, sus azules ojos me estaban mirando con una ternura poco característica de su duro temperamento; le dijo a mi mamá:-será un buen sacerdote, y se marchó  a la principal tienda-almacén del lugar, ubicada en la hoy calle 18 diagonal al restaurante “Embajador” a la fecha.
Ese lugar que hoy tiene la primera casa de dos pisos de Codazzi, fue mi primer hogar, pues mi abuelo  prácticamente me raptó ilusionado en que yo sería un buen pastor para la iglesia católica ante su fracasada intención con mi padre y la ilusión de emular a su hermano en AlemánIa quien había sido nombrado Obispo por PIO XII,  Papa en esos tiempos.
Allí mi abuela Paulina Tenas me hacía pantalones cosidos a mano en múltiples telas  en pana y sedas que sacaba del almacén, preparaba sesos de vaca, dizque para impulsar mi inteligencia y me hablaba en catalán y español contándome historias de cuando ella venía desde Castellón de la Plana y Valencia donde había conocido a mi abuelo como soldado de Alemania que  había sido enviado a ayudar a los propósitos de Francisco Franco, quien entro a gobernar a España posteriormente por muchos años.
Ahí fui creciendo y al morir mi abuela Paulina, comenzó una inestabilidad en mi tenencia, pues por la falta de una mujer en la casa pasé a varias manos de tías y de papá y mamá, hasta que mi abuelo se casó de nuevo y regresé a su lado.
Al morir mi abuelo en un accidente de tránsito en el año 1954 se acabaron todas esas expectativas, ya habían nacido dos hermanos más y mis padres vivían entonces en  la hoy calle 19 en una esquina detrás del Teatro Tiyico, enfrente de la casa de José Bolívar Mattos.
De allí pase a vivir ante la buena vida y la pobreza de mi familia de parte de mi madre, pues ya en ese tiempo mi papá estaba inestable en la relación con mi madre y entre mis tías Ana y Emilia, me devolvían por momentos de viajes y ausencias al lado de mi abuela Rosa Romero, madre de mi madre.
Entre inestabilidades, distintos temperamentos formativos, escaseces y abundancia a veces asistí a los colegios del pueblo, fui a Valledupar a hacer un bachillerato frustrado por la carencia de dinero y volví a Codazzi, donde después me gradué de bachiller siendo ya un hombre tras el pasar de los años y los sufrimientos que no cuento por no ser agradables.
La tormentosa vida de mi juventud, me hicieron equivocar muchas veces y me correspondió aprender de la vida lo que en esos momentos no me deba una Universidad que solo vine a saborear siendo un hombre en las puertas de la madurez y que asumí en silencio y con mis propios costos, producto de mi estadía en Puerto Rico y Venezuela, ahí estaba desaparecido de mi familia y en el frio bogotano formé éste estilo periodístico que hoy me llena de satisfacción y que con problemas y alegrías me han llevado ahora al fin, a ser un hombre
Son 65 años de variedades de toda índole, los vividos; hoy me puedo ir para siempre de la vida, contento; así como nunca me quejé de los caminos que Dios me trazó, hoy tampoco me lamento de nada, ni culpo a nadie de los sufrimientos pasados, pero si agradezco a todos mis familiares y amigos por los momentos de alegría y felicidad que también fueron bastantes y que viví en algunos pasajes de mi vida.
No he sido el mejor hijo, ni el mejor padre, tampoco me considero haber sido un buen hermano, pero hice y hago  todo lo posible por serlo, mis amigos dirán si tengo condiciones de buen amigo y mis enemigos, estoy seguro que dirán que soy un mal enemigo, pues no les pongo mucho cuidado cuando tratan de herirme o hacerme mal.
A esta fecha no tengo nada material, solo el amor de Cecilia, de mi madre y de algunos hijos que me ven con buenos ojos. El aprecio de hermanos  que entienden mi  vida y de otros que me consideran un incomprendido por no conocer mi da a causa de su juventud.
Esa es mi riqueza y mi satisfacción, son mis alegrías y mis tristezas grosso modo, hoy las comparto como forma de entregar mi vida a los amigos de la red a la familia que poco a poco irá conociendo mi vida hasta cuando publique el libro con sus  asombrosos contenidos, esto si es que Dios me lo permite.

LA LAMPARA DE GASOLINA


Por Rodrigo Rieder


Corría el año de 1955 en Codazzi, residíamos en una casa construida con madera en su totalidad dentro de un largo solar cercado igualmente con tablas de madera de distintas manifestaciones donde mi padre había construido tres cuartos y una cocina que no estaba conectada directamente a las habitaciones y donde se cocinaban los alimentos con leña.
En la fachada que daba a la calle habían dos portones: uno grande para entrar el camión de 8 toneladas con el que él repartía en  los negocios de Codazzi, tambores de petróleo y ACPM  que traía de alguna parte y otro portón al cual se le había instalado un neumático de vehículos para que halara y se cerrara una vez se dejaba libre al pasar y que servía para el ingreso de las personas a la parte interna donde estaban las habitaciones mencionadas.
Una noche  mi papá improvisó una fiesta nocturna en su casa y arrimo el enorme camión al lugar donde estaba el cuarto principal, compró botellas de aguardiente, prendió el radio e invitó a sus amigos a parrandear, estando entre ellos y de los que acuerdo pues yo tenía en esa época 7 años: Adulfo Díaz, Nicolás Morales,  José Eduardo Garcias, el profesor Luís Ávila, Jorge Sedán entre otros.
Como el camión tenía radio, éste servía para amenizar con música los momentos que entre baile y conversaciones se disfrutaban los asistentes donde se contaban mujeres como las vecinas una tía mía y alguna que otra esposa de los asistentes.
En esos tiempos no había energía eléctrica en Codazzi o si había y no me acuerdo, esta se suspendía a las 11 de la noche; entonces se usaban las llamadas lámparas “Primus” que funcionaban con gasolina y aire comprimido en sus tanques que debían ser alimentados de vez en cuando, cada vez que el aire se agotaba en sus tanques de almacenamiento.
Estaba siempre en la puerta pendiente de lo que sucedía y prestar la ayuda que me correspondiera en la animada fiestecita y a pesar de tener ganas de dormir no lo habría podido hacer porque mi sitio de colgar la hamaca donde siempre dormía, estaba siendo usado como pista de baile y lugar de conversaciones de los fiesteros.
Cuando de pronto la luz de una de las dos lámparas comenzó a bajar de intensidad y alguien me ordenó desde adentro: “Rodrigo ve a ver a ver qué le pasa a la lámpara”; fui a la cocina y puse la lámpara encendida sobre un mesoncito y comencé a bombear con mi pequeñas manos para alimentarla de aire y se me resbaló la mano y pegué el codo al tubo de vidrio quemándome superficial y dolorosamente el  brazo, entonces comencé a gritar, alguno grito: “Rodrigo está llorando en la cocina”, vino mi padre ebrio y al momento de preguntarme me asestó una fuerte cachetada sobre el rostro caí sobre una pila de leña en el momento que justificaba el golpe diciéndome: “No seas inútil llorón de mierda”.
Me incorporé como pude y salí al patio mientras los mayores abastecían de aire al artefacto, mi tía Ana se acercó y me preguntó el motivo de mi llanto, cuando se enteró salió a discutir con mi papá sobre el fuerte golpe que me dio, que pasó a ser la limpia o pela número 31 de las 42 que alcanzó a darme en mi niñez y juventud.
No resiento, ni he resentido jamás de mi padre por haberme castigado, solo escribo esto para analizar lo que pasaba en aquellos tiempos cuando a los hijos nos formaban entre reprensiones fuerte y consejos, frente a la forma libre, llena de comodidades y sin restricciones que se forma a los niños y jóvenes de hoy.
Jamás fue necesario llevarme donde un psicólogo o psiquiatra, nunca contesté, ni discutí con mi papá, siempre respeté a los mayores y me considero un hombre de servicio i útil a la sociedad de mi país como considero a mis hijos. Jamás tuve stress, ni pasó por mi mente consumir drogas ni licor y no tengo experiencia en el manejo de tratamientos para adictos porque nunca estuve involucrado en esos menesteres con mis hijos.
Con la sociedad actual está pasando algo raro, hemos dejado el manejo del hogar al sexo femenino que consiente, apoya, alcahuetea y deja pasar detalles perjudiciales para el futuro de la juventud, que una vez se tempranamente, se hacen dueños de su manejo con el consentimiento del ICBF, comienzan a manejar sus vidas sin estar preparados y ahí vienen las cantidades de problemas para los padres, que para ayudar y arreglar esos problemas si son padres y por ende se proyecta el deterioro social que estamos viviendo en la juventud de hoy.