Un 20 de mayo a las cinco de la tarde una señora llamada Dilsa Durán sintió esos dolores fuertes que solo las mujeres embarazadas sienten y mi padre corrió a llamar a Guillermo Oliveros, uno de los comadrones del pueblo, dueño de farmacia y bar además, para que atendiera la llegada del primer descendiente Rieder (había fallecido Rodolfo Garcias Rieder, el que hubiese sido el primero).
Esto sucedía en la llamada por un tiempo “Calle del Toro” frente a la esquina “El Cuncurrinche” de Codazzi, por allá en 1948, cuando Mauricio mi papá tenía 18 años de edad y mi madre 15. Me contó mi madre que a las 5.30 yo estaba llorando ya en una hamaca, pues en esos tiempos las cunas eran sueños que no se realizaban en ese pueblo hermoso.
Al rato llegó mi abuelo Rodolfo Rieder y según cuenta mi progenitora, sus azules ojos me estaban mirando con una ternura poco característica de su duro temperamento; le dijo a mi mamá:-será un buen sacerdote, y se marchó a la principal tienda-almacén del lugar, ubicada en la hoy calle 18 diagonal al restaurante “Embajador” a la fecha.
Ese lugar que hoy tiene la primera casa de dos pisos de Codazzi, fue mi primer hogar, pues mi abuelo prácticamente me raptó ilusionado en que yo sería un buen pastor para la iglesia católica ante su fracasada intención con mi padre y la ilusión de emular a su hermano en AlemánIa quien había sido nombrado Obispo por PIO XII, Papa en esos tiempos.
Allí mi abuela Paulina Tenas me hacía pantalones cosidos a mano en múltiples telas en pana y sedas que sacaba del almacén, preparaba sesos de vaca, dizque para impulsar mi inteligencia y me hablaba en catalán y español contándome historias de cuando ella venía desde Castellón de la Plana y Valencia donde había conocido a mi abuelo como soldado de Alemania que había sido enviado a ayudar a los propósitos de Francisco Franco, quien entro a gobernar a España posteriormente por muchos años.
Ahí fui creciendo y al morir mi abuela Paulina, comenzó una inestabilidad en mi tenencia, pues por la falta de una mujer en la casa pasé a varias manos de tías y de papá y mamá, hasta que mi abuelo se casó de nuevo y regresé a su lado.
Al morir mi abuelo en un accidente de tránsito en el año 1954 se acabaron todas esas expectativas, ya habían nacido dos hermanos más y mis padres vivían entonces en la hoy calle 19 en una esquina detrás del Teatro Tiyico, enfrente de la casa de José Bolívar Mattos.
De allí pase a vivir ante la buena vida y la pobreza de mi familia de parte de mi madre, pues ya en ese tiempo mi papá estaba inestable en la relación con mi madre y entre mis tías Ana y Emilia, me devolvían por momentos de viajes y ausencias al lado de mi abuela Rosa Romero, madre de mi madre.
Entre inestabilidades, distintos temperamentos formativos, escaseces y abundancia a veces asistí a los colegios del pueblo, fui a Valledupar a hacer un bachillerato frustrado por la carencia de dinero y volví a Codazzi, donde después me gradué de bachiller siendo ya un hombre tras el pasar de los años y los sufrimientos que no cuento por no ser agradables.
La tormentosa vida de mi juventud, me hicieron equivocar muchas veces y me correspondió aprender de la vida lo que en esos momentos no me deba una Universidad que solo vine a saborear siendo un hombre en las puertas de la madurez y que asumí en silencio y con mis propios costos, producto de mi estadía en Puerto Rico y Venezuela, ahí estaba desaparecido de mi familia y en el frio bogotano formé éste estilo periodístico que hoy me llena de satisfacción y que con problemas y alegrías me han llevado ahora al fin, a ser un hombre
Son 65 años de variedades de toda índole, los vividos; hoy me puedo ir para siempre de la vida, contento; así como nunca me quejé de los caminos que Dios me trazó, hoy tampoco me lamento de nada, ni culpo a nadie de los sufrimientos pasados, pero si agradezco a todos mis familiares y amigos por los momentos de alegría y felicidad que también fueron bastantes y que viví en algunos pasajes de mi vida.
No he sido el mejor hijo, ni el mejor padre, tampoco me considero haber sido un buen hermano, pero hice y hago todo lo posible por serlo, mis amigos dirán si tengo condiciones de buen amigo y mis enemigos, estoy seguro que dirán que soy un mal enemigo, pues no les pongo mucho cuidado cuando tratan de herirme o hacerme mal.
A esta fecha no tengo nada material, solo el amor de Cecilia, de mi madre y de algunos hijos que me ven con buenos ojos. El aprecio de hermanos que entienden mi vida y de otros que me consideran un incomprendido por no conocer mi da a causa de su juventud.
Esa es mi riqueza y mi satisfacción, son mis alegrías y mis tristezas grosso modo, hoy las comparto como forma de entregar mi vida a los amigos de la red a la familia que poco a poco irá conociendo mi vida hasta cuando publique el libro con sus asombrosos contenidos, esto si es que Dios me lo permite.