Por Rodrigo Rieder
Como pasa el tiempo y la mayoría de las veces no nos damos
cuenta y cuando venimos a percatarnos ya estamos un poco cansados, las arrugas
están profundas, el pelo es ralo en la cabeza tratándose de nosotros los
hombres, a quien nos crece la barriga y nos llenamos de experiencia y
precaución para actuar.
Ayer sábado, Luis Enrique Martínez Alfaro y su esposa Estela
fuimos invitados a almorzar en la residencia de una de sus hijas: Dina acá en
Valledupar, concretamente en el barrio Don Carmelo.
PERDIDO
Salí de “Royce” en Guacochito muy temprano, aproveché para
ir a visitar a Rodolfo uno de mis hijos y luego fui a orar un rato en medio de
una soledad tremenda dentro del vehículo rodeado de otros automotores por donde
pasaban motos, ciclas, carros de mulas, vendedores en carretilla, heladeros,
camiones y lujosos autos.
Quise estacionarme ahí para doblegar el tedio de la
tranquilidad en la que vivo en ese pueblecito que muchos le llaman “corroncho”,
pero muy lleno de paz y un grupo grande de parientes orgullosos del caserío,
humildes y hasta feos como me decía alguien, pero a quienes acepto con mucho
cariño sin tratar de querer cambiarlos; así son felices e igual me dejan serlo
a mí.
Cuando encendí el auto para ir a Don Carmelo idealicé la
dirección al inicio de una de las vías de entrada y salida de Valledupar y tomé
la avenido Simón Bolívar rumbo al terminal de transportes; cuando sobrepasé al
Aeropuerto Alfonso López me di cuenta que me había equivocado y regresé a tomar
la vía a Fundación, ruta por donde está la entrada del barrio Don Carmelo.
Este extravío me hizo pensar en los años que llevo entre
pecho y espalda que ya comenzaron a afectar la memoria. Al entrar al sector
venía un señor con un cartel rojo donde había una leyenda; leí me detuve, lo
llamé porque el contenido y el señor bien vestido se me acercó; tenía un aroma
a colonia “María Farina”, el pelo completamente negro (teñido) y unos zapatos
blancos resaltaban en los pies donde un pantalón negro y bien planchado
entregaba la sensación de una empedernida soltería, lo llamé y comenzó a hablar
sobre las actuales formas de ser de las damas de hoy en día.
Estuvimos en desacuerdo y tras tal situación encontré la
dirección de Dina Liceth Martínez; en la puerta de la casa frente al parque
estaba “Lucho” su padre haciéndome señas que: ahí estaba la casa.
Estela y su hija Dina me esperaban con Cecilia, quien no
pudo ir conmigo por tener obligaciones médicas; hablamos poco y vino el
suculento almuerzo que luego se convirtió en una charla sabrosa donde les conté
parte del transcurso de la vida mía que ellos desconocían.
Vi a Estela llena de vida, ella es una dama ejemplar;
siempre dije que “Lucho” había salido premiado en su matrimonio con ella. Tienen
hoy cuatro hijos hermoso ya casados e igual de felices que sus padres: Luis
Enrique, Julio Cesar, Dina Liceth (anfitriona) y, Heidi Estela.
RECORDÉ AL AVISO QUE LLEVABA EL SEÑOR
Cuando hacía ésta reflexión recordé al señor del cartel a la
entrada del barrio. En silencio me dije: -“Sera posible encontrar una dama con
esas condiciones”- Entonces los miré a ellos dos y ahí estaba una mujer con
esas condiciones; Estela Daza Cuello, la esposa de Luis Enrique Martínez Alfaro
mi amigo de la juventud y a quien considero junto a mi primo Rodolfo Murgas
Rieder; las dos personas más correctas que he conocido.