jueves, 3 de agosto de 2017

OSCURIDAD, TAN CLARA COMO LA PUREZA DE LOS PUEBLOS

Por: Rodrigo Rieder

Pueblos del Cesar. Pueblos fantasmas; puede se Llerasca, en Codazzi;  Higoamarillo, en Chimichagua; El Carbonal, en Rió de Oro; La  Guajirita, en Becerril; Las Pitillas, en San Diego; Arjona, en Astrea. En fin todos los pueblos del Cesar, han sido siempre; pueblos del olvido.
Parece que existieran solo en la imaginación distorsionada  de quien regresa de ellos sin analizar el valor que poseen y la calidad de sus habitantes; pueblos  despiertan ahora la perplejidad y el
asombro, sobre todo cuando  los comparamos a cuando estaban vivos en tiempos pasados. Ahora siguen viviendo un mundo aletargado, repleto de maravillas distintas a causa de la modernidad que no pueden asimilar por las limitaciones de sus gentes.

Muchas casas están sin puertas ni ventanas, ya no hay ni ladrones, no se sienten los vientos del soñado progreso en algunos inquietos habitantes, los soles inclementes que calcinan tomateros o
sembrados frágiles al calor; las viviendas están descoloridas y sus fachadas se parecen a las caras de los muertos, las calles permanecen cubiertas de olvido, de escobillas, de bolsas plásticas que
caminan por las calles movidas por el viento, de animales que vagan por sus senderos y de piedras que no duelen a los pies de los caminantes.
Muchas sombreadas esquinas, no tienen el peladero habitual donde jugaron trompo y brincaron sobre peregrinas rayadas en el suelo por los niños y niñas que miran una flor con desconsuelos; se nota el panorama, como una pintura inocente donde buscan refugio los desocupados, que son todos, y se mezclan con las mariposas, los burros, marranos y caballos que vagan por los caminitos, en iguales circunstancias, todos sin oficios.
Ayer regresé de uno de ellos; en mi romántica permanencia me detuve un rato a escuchar el silencio, no percibí, un solo sonido destemplado; música de aves que cruzaban el cielo con direcciones desconocidas, murmullos de personas que hablaban en forma lenta poniéndole  melodía a las frases como si compusiesen canciones a su existencia.
Vi muchas personas en la tarde, sentadas en los bordillos esperaban la noche, ancianos que en sus taburetes rumiando sus pasados, observé mujeres englobadas por los embarazos, esperando el momento de inaugurar una nueva vida: Luego también noté a hombres inventores de sus propias labores, tejiendo los descansos y los sueños irrealizables.
En cada pueblo del Cesar no encontré lugar para la codicia, miré una paz acompañando al olvido y a la indiferencia, eso me hizo pensar en las palomas que desgarraban el viento con su vuelo lleno de desatino y desesperanza, igual que la juventud pueblerina que no sabe a donde los lleva su destino o parecido a como se han desgarrado en cada uno de estos sitios, el progreso y la pujanza. Dormí en uno de los pueblos arriba citados, y en esa noche vi descender las estrellas por hilos invisibles repletos de incertidumbre;  me di cuenta que en ese pueblo me encontraba  flotando sobre sombras creadas por Electricaribe sembrando violencia a causa de los constantes apagones, allí no hay paz; como podría haberla en medio de tanta oscuridad en la noche repleta de mechones y lámparas titilantes, ahí palpé los cucullos y las  luciérnagas surcar el calor en los matorrales de un patio cualquiera.
Amaneció despacio y, despacio los labradores, ganaderos y pescadores que se dijeron a sí mismos; no  a marcharse. Se embarcaron en el aire y se dirigieron a sus sembrados, a sus redes de pesca o
corrales para seguir administrando sus pobrezas.
En la mañana después de saludar a los que encontré en mi camino a sentarme en una banqueta, analicé; no tienen monumentos en sus pequeñas plazas, no hay estatuas de ningún material ni de ningún prócer; solo algunas trinitarias que nunca se marchitan y que a pesar de sus espinas no hiere a quien las toca, si no que perfuman los dedos de quien las acaricia; noté a su alrededor como danzan al caminar con inocencia, los muchachos y muchachas que se gustan entre si y, hacen entre ellos, el preámbulo de la diversión que los llevará a fundar otras familias o a sus otras desgracias. Igual a la desgracia de permanecer oscuros en las noches en pleno siglo XXI, solo porque la empresa generadores de energía les dice pícaros y los deja sin el fluido eléctrico.
Hable con alguien y me dijo que éstos pueblos fueron fundados por pastores o labriegos en tiempos remotos y que construyeron las primeras casas con paredes de lana negra; o bien sea la tierra con techos de pétalos de flores filosas en forma de pencas, ahora muertas.


En la otra mañana antes de regresar, fui a un rustico corral construido con alambre de púas y tomé la espuma de la leche  más deliciosa del mundo; estaba manchada con unas gotas de café y adornada con la totuma  más bonita del lugar; cuando monté el equipaje sobre el vehículo, encontré acompañando al maletín; una gallina maniatada, un pequeño costal con yucas y plátanos,  huevos amarrados en forma de ensarta entre majaguas y pescado salado empacados en una caja de cartón. Me estaban regalando parte de sus vidas; para eso viven. Y me pareció el más bello gesto del mundo.
Si hubiésemos visitado una ciudad cualquiera de Colombia, nadie habría agregado nada a nuestro equipaje, si no las quejas y las lamentaciones que nos dejan la modernidad y el cambio permanente que sufre el hombre en su personalidad citadina. Hubiésemos debido comprar, si quisiéramos llevar algo a casa.
Pero lo más hermoso de todo, fue que me traje un bello recuerdo, el cual me dio la idea de sembrar en mi escrito; la solidaridad y el amor que allí vi y viví, la iniciativa de llamar la atención
para que se mire a éstos lugares donde todavía está la pureza de la vida acompañada del olvido, y de la oscuridad, en sus firmes afanes por sembrar desconcierto, resentimiento y violencia en la

condición humana más pura y noble de mi país; la condiciones de los pueblerinos.