OSCURIDAD, TAN CLARA COMO LA PUREZA DE LOS PUEBLOS
Por: Rodrigo Rieder
Pueblos del Cesar. Pueblos fantasmas; puede se Llerasca, en
Codazzi; Higoamarillo, en Chimichagua;
El Carbonal, en Rió de Oro; La
Guajirita, en Becerril; Las Pitillas, en San Diego; Arjona, en Astrea.
En fin todos los pueblos del Cesar, han sido siempre; pueblos del olvido.
Parece que existieran solo en la imaginación
distorsionada de quien regresa de ellos
sin analizar el valor que poseen y la calidad de sus habitantes; pueblos despiertan ahora la perplejidad y el
asombro, sobre todo cuando
los comparamos a cuando estaban vivos en tiempos pasados. Ahora siguen
viviendo un mundo aletargado, repleto de maravillas distintas a causa de la
modernidad que no pueden asimilar por las limitaciones de sus gentes.
Muchas casas están sin puertas ni ventanas, ya no hay ni
ladrones, no se sienten los vientos del soñado progreso en algunos inquietos
habitantes, los soles inclementes que calcinan tomateros o
sembrados frágiles al calor; las viviendas están
descoloridas y sus fachadas se parecen a las caras de los muertos, las calles
permanecen cubiertas de olvido, de escobillas, de bolsas plásticas que
caminan por las calles movidas por el viento, de animales
que vagan por sus senderos y de piedras que no duelen a los pies de los
caminantes.
Muchas sombreadas esquinas, no tienen el peladero habitual
donde jugaron trompo y brincaron sobre peregrinas rayadas en el suelo por los
niños y niñas que miran una flor con desconsuelos; se nota el panorama, como
una pintura inocente donde buscan refugio los desocupados, que son todos, y se
mezclan con las mariposas, los burros, marranos y caballos que vagan por los
caminitos, en iguales circunstancias, todos sin oficios.
Ayer regresé de uno de ellos; en mi romántica permanencia me
detuve un rato a escuchar el silencio, no percibí, un solo sonido destemplado;
música de aves que cruzaban el cielo con direcciones desconocidas, murmullos de
personas que hablaban en forma lenta poniéndole
melodía a las frases como si compusiesen canciones a su existencia.
Vi muchas personas en la tarde, sentadas en los bordillos
esperaban la noche, ancianos que en sus taburetes rumiando sus pasados, observé
mujeres englobadas por los embarazos, esperando el momento de inaugurar una
nueva vida: Luego también noté a hombres inventores de sus propias labores,
tejiendo los descansos y los sueños irrealizables.
En cada pueblo del Cesar no encontré lugar para la codicia,
miré una paz acompañando al olvido y a la indiferencia, eso me hizo pensar en
las palomas que desgarraban el viento con su vuelo lleno de desatino y
desesperanza, igual que la juventud pueblerina que no sabe a donde los lleva su
destino o parecido a como se han desgarrado en cada uno de estos sitios, el
progreso y la pujanza. Dormí en uno de los pueblos arriba citados, y en esa
noche vi descender las estrellas por hilos invisibles repletos de
incertidumbre; me di cuenta que en ese
pueblo me encontraba flotando sobre sombras
creadas por Electricaribe sembrando violencia a causa de los constantes
apagones, allí no hay paz; como podría haberla en medio de tanta oscuridad en
la noche repleta de mechones y lámparas titilantes, ahí palpé los cucullos y
las luciérnagas surcar el calor en los
matorrales de un patio cualquiera.
Amaneció despacio y, despacio los labradores, ganaderos y
pescadores que se dijeron a sí mismos; no
a marcharse. Se embarcaron en el aire y se dirigieron a sus sembrados, a
sus redes de pesca o
corrales para seguir administrando sus pobrezas.
En la mañana después de saludar a los que encontré en mi
camino a sentarme en una banqueta, analicé; no tienen monumentos en sus
pequeñas plazas, no hay estatuas de ningún material ni de ningún prócer; solo
algunas trinitarias que nunca se marchitan y que a pesar de sus espinas no
hiere a quien las toca, si no que perfuman los dedos de quien las acaricia; noté
a su alrededor como danzan al caminar con inocencia, los muchachos y muchachas
que se gustan entre si y, hacen entre ellos, el preámbulo de la diversión que
los llevará a fundar otras familias o a sus otras desgracias. Igual a la
desgracia de permanecer oscuros en las noches en pleno siglo XXI, solo porque
la empresa generadores de energía les dice pícaros y los deja sin el fluido
eléctrico.
Hable con alguien y me dijo que éstos pueblos fueron
fundados por pastores o labriegos en tiempos remotos y que construyeron las
primeras casas con paredes de lana negra; o bien sea la tierra con techos de
pétalos de flores filosas en forma de pencas, ahora muertas.
En la otra mañana antes de regresar, fui a un rustico corral
construido con alambre de púas y tomé la espuma de la leche más deliciosa del mundo; estaba manchada con unas
gotas de café y adornada con la totuma más
bonita del lugar; cuando monté el equipaje sobre el vehículo, encontré
acompañando al maletín; una gallina maniatada, un pequeño costal con yucas y plátanos, huevos amarrados en forma de ensarta entre
majaguas y pescado salado empacados en una caja de cartón. Me estaban regalando
parte de sus vidas; para eso viven. Y me pareció el más bello gesto del mundo.
Si hubiésemos visitado una ciudad cualquiera de Colombia,
nadie habría agregado nada a nuestro equipaje, si no las quejas y las
lamentaciones que nos dejan la modernidad y el cambio permanente que sufre el
hombre en su personalidad citadina. Hubiésemos debido comprar, si quisiéramos
llevar algo a casa.
Pero lo más hermoso de todo, fue que me traje un bello
recuerdo, el cual me dio la idea de sembrar en mi escrito; la solidaridad y el
amor que allí vi y viví, la iniciativa de llamar la atención
para que se mire a éstos lugares donde todavía está la
pureza de la vida acompañada del olvido, y de la oscuridad, en sus firmes
afanes por sembrar desconcierto, resentimiento y violencia en la
condición humana más pura y noble de mi país; la condiciones
de los pueblerinos.