domingo, 23 de julio de 2017

GUSTAVO: UN SIMBOLO DE LA PERSONALIDAD Y LA BONDAD DE UN PUEBLO.

Por Rodrigo Rieder

Iniciaba la década de los 60s en mundo occidental y en un rincón de un barrio pobre de invasión que comenzaba a tomar forma, varias familias se iban organizando en  las viviendas que construían con mucho esfuerzo; Valledupar en ese entonces pertenecía al Magdalena y estaba considerada la segunda ciudad del departamento.
Un niño de 5 o 6 años, de tez morena, cruzó de pronto por  el patio de la casa guiando con sus manitas una rueda de caucho de esas que se sacaban de la parte donde  estaba el redondel que hace contacto en el centro de las llantas de los camiones. Emma su madre lo llamó varias veces:              -   Amílcar ven a bañarte.
Juguetón y sonriente el negrito siguió dándole con un palito de madera seca al aro de caucho e imitando al pitirre, unos pajaritos que cantan repetidamente entonaciones que los niños de esas épocas aprendían muy bien. Iba desnudo, atravesaba las calles sin tráfico por el nuevo sector que luego se convirtió en uno de los sectores más grandes y populosos de la capital del Cesar.
Emma Mendoza Romero, tuvo dos hijos: Marilú y Gustavo; a quien inicialmente  le habían asignado el nombre de “Amílcar”, pero todos sus familiares y  compañeros de colegio le aplicaron el mote-matoneo de “MICA”, como diminutivo de su nombre original, pero además burlonamente comparaban el vocablo como la  vasenilla que usaban las mujeres en las noches pera misionar ante la carencia de baños cercanos a los dormitorios y que también se les distinguía con el nombre de “MICA”; igual lo burlaban por ser  la palabra sustantiva de la hembra de los micos que andan en los árboles.

Las Raíces, Los Corazones, Guacoche y Guacochito, corregimientos del norte de Valledupar, vieron a Gustavo correr en sus sabanas comunales, montado en caballos en pelo, o en burros acondicionados con sillones bien ajustados a los lomos de los solípedos en una tierra llena de tunas y cardón donde los rebaños de ovejas y chivos de cuernos filudos se movían libremente. Entre esas localidades hizo estudios primarios inicialmente, después  cursó en Valledupar un bachillerato lleno de solvencias académicas.
Ahí ya  mostró la virtud que le haría triunfador en la vida, una bondad que le permitía regalar desde las “Guaireñas” (especie de sandalias guajiras), lápices y cuadernos a cualquier amigo que  no tuviese cualquier elemento que él tenía en su bolsa de trapo donde apilaba sus útiles escolares y complementos de estudio.
Ya después, familiarmente recibió el remoquete de “El Negro”, Gustavo apreció mucho a su padre Antonio Rodríguez, un ganadero de la zona que mantenía en sus haciendas, los mejores caballos de paso, las vacas más lecheras y los hatos de chivos mejor organizados de la región; andaba en caballos muy hermosos, usaba sombrero, zamarros de cueros y espuelas que sonaban a cada paso cuando se apeaba de los corceles que dejaba amarrados en las puertas de sus amadas mujeres en una zona y una época donde estos menesteres recibían la admiración de todos los congéneres del medio.
Emma, la mamá rebelde, una dama que sabía proteger a los suyos, no tan solo a sus dos hijos, igual lo hacía con sus hermanos: Eliseo, Camilo y Antonio; o con sus sobrinos y primos que hacían de su casa una especie de consulado de Guacochito; allí un café no había que pedirlo, una vez después del saludo, Emma aparecía con una burbujeante taza de café caliente con sabor a ajengibre y un taburete de cuero en la mano para dar la bienvenida a cualquier visitante.
A Emma con el paso de los años comenzaron sus allegados a llamarla “Mema”, murió al lado de su hija Marilú llena de terquedades propias de su senilidad que le trajo amnesia parcial y a ratos. Fue una mujer bondadosa y recta “como todos los Romeros de Guacochito”, así dijo siempre el periodista Ismael Calderón Mendoza, también familiar de “El Negro” Rodríguez.
La vocación de negociante de Gustavo “El Negro” Rodríguez la marcó desde su pubertad, en Valledupar inició con negocios de intercambio inicialmente, luego llegaron cosas muy grandes que lo obligaron a buscar nuevos horizontes; recorrió Maicao, Barranquilla, Santa Marta para aterrizar en Cartagena; allí se rodeó de buenos e ilustres amigos que lo hicieron participe de una sociedad sana, emprendedora, humorística y de buen roce social.
Uno de sus mejores amigos en Cartagena es Roberto Malo, un otorrino que le brindó todo el apoyo necesario para enraizarse en una de las sociedades costeñas más difíciles del país; de él habla en todas sus tertulias y con admiración y respeto narra constantemente anécdotas muy interesantes que junto con Pablo Diaza, Gonzalo Urzola, Mochi Malo, José Martínez viven a cada momento de encuentros que cotidianamente se dan en cualquier sitio de “La Heroica”.
Pero todas esas andanzas de paz, de amistades buenas, de tertulias, negocios y jocosidades no le han podido hacer olvidar los ratos felices de su pasado juvenil y a cada momento saca el tiempo necesario para visitar su terruño.
En Guacochito, Los Corazones, Lar Raices y Guacoche, él es un ídolo de la bondad para sus paisanos; “El Negro” llena unos espacios que a veces son incomprensibles, se sienta bajo una enramada y al rato el lugar está lleno de personas; donde quiera llega siempre habrá un agasajo de quienes lo reciben y que él comparte con los que llegan con su persona; un sancocho de chivo, arepas de queso de primera calidad, pescado, tortuga de mar, peto de maíz y hasta una patilla o sandía es compartida con una dedicación tan especial que todo se siente exquisito y luego los cuentos y las anécdotas.
Esa tarde antes de regresar a Cartagena visitó a un amigo en Las Raices; preguntó anfitrión sobre su salud, miro a sus pies y al verlo sin zapatos, descalzó los suyos y abrió el espacio para que su amigo se calzara; al llegar luego a la tienda del pueblo, solicitó refrescos para repartir entre sus acompañantes  y la señora no quiso recibir  el    dinero del pago de los liquidos; simplemente dijo: “ quien puede cobrarte Negro; si tú no tienes nada tuyo, ahora entiende que todo aquí es tuyo”
De regreso a Guacochito lo esperaba un grupo de amigos y primos para compartir pato al horno, él se acomodó en una banqueta, tocó su barriga y se dijo: “Que vas a hacer ahora Negro, si ya no hay espacio para los patos, bueno, iré al baño a desocupar un poco y abrir el espacio para no despreciar a mi gente”
Descalzo, sonriente y con la satisfacción dibujada en su rostro, vió una cerda amamantando sus marranitos, detuvo un tiempo la vista y se sintió grande por tener tanta riqueza; “Este es mi real patrimonio”, pensó en voz alta y se dijo que cuando llegase a Cartagena, se reuniría con Selfa su esposa para venir con ella a la bella tierra de los pastores que la esclavitud del pasado formó en un rincón de la patria llamada Guacochito.