GUSTAVO: UN SIMBOLO DE LA
PERSONALIDAD Y LA BONDAD DE UN PUEBLO.
Por Rodrigo Rieder
Iniciaba la década de los 60s en
mundo occidental y en un rincón de un barrio pobre de invasión que comenzaba a
tomar forma, varias familias se iban organizando en las viviendas que construían con mucho
esfuerzo; Valledupar en ese entonces pertenecía al Magdalena y estaba considerada
la segunda ciudad del departamento.
Un niño de 5 o 6 años, de tez
morena, cruzó de pronto por el patio de
la casa guiando con sus manitas una rueda de caucho de esas que se sacaban de
la parte donde estaba el redondel que
hace contacto en el centro de las llantas de los camiones. Emma su madre lo
llamó varias veces: - Amílcar ven a bañarte.
Juguetón y sonriente el negrito
siguió dándole con un palito de madera seca al aro de caucho e imitando al
pitirre, unos pajaritos que cantan repetidamente entonaciones que los niños de
esas épocas aprendían muy bien. Iba desnudo, atravesaba las calles sin tráfico
por el nuevo sector que luego se convirtió en uno de los sectores más grandes y
populosos de la capital del Cesar.
Emma Mendoza Romero, tuvo dos
hijos: Marilú y Gustavo; a quien inicialmente
le habían asignado el nombre de “Amílcar”, pero todos sus familiares
y compañeros de colegio le aplicaron el
mote-matoneo de “MICA”, como diminutivo de su nombre original, pero además
burlonamente comparaban el vocablo como la
vasenilla que usaban las mujeres en las noches pera misionar ante la
carencia de baños cercanos a los dormitorios y que también se les distinguía
con el nombre de “MICA”; igual lo burlaban por ser la palabra sustantiva de la hembra de los
micos que andan en los árboles.
Las Raíces, Los Corazones,
Guacoche y Guacochito, corregimientos del norte de Valledupar, vieron a Gustavo
correr en sus sabanas comunales, montado en caballos en pelo, o en burros
acondicionados con sillones bien ajustados a los lomos de los solípedos en una
tierra llena de tunas y cardón donde los rebaños de ovejas y chivos de cuernos
filudos se movían libremente. Entre esas localidades hizo estudios primarios
inicialmente, después cursó en
Valledupar un bachillerato lleno de solvencias académicas.
Ahí ya mostró la virtud que le haría triunfador en
la vida, una bondad que le permitía regalar desde las “Guaireñas” (especie de
sandalias guajiras), lápices y cuadernos a cualquier amigo que no tuviese cualquier elemento que él tenía en
su bolsa de trapo donde apilaba sus útiles escolares y complementos de estudio.
Ya después, familiarmente recibió
el remoquete de “El Negro”, Gustavo apreció mucho a su padre Antonio Rodríguez,
un ganadero de la zona que mantenía en sus haciendas, los mejores caballos de
paso, las vacas más lecheras y los hatos de chivos mejor organizados de la
región; andaba en caballos muy hermosos, usaba sombrero, zamarros de cueros y
espuelas que sonaban a cada paso cuando se apeaba de los corceles que dejaba
amarrados en las puertas de sus amadas mujeres en una zona y una época donde
estos menesteres recibían la admiración de todos los congéneres del medio.
Emma, la mamá rebelde, una dama
que sabía proteger a los suyos, no tan solo a sus dos hijos, igual lo hacía con
sus hermanos: Eliseo, Camilo y Antonio; o con sus sobrinos y primos que hacían
de su casa una especie de consulado de Guacochito; allí un café no había que
pedirlo, una vez después del saludo, Emma aparecía con una burbujeante taza de
café caliente con sabor a ajengibre y un taburete de cuero en la mano para dar
la bienvenida a cualquier visitante.
A Emma con el paso de los años
comenzaron sus allegados a llamarla “Mema”, murió al lado de su hija Marilú
llena de terquedades propias de su senilidad que le trajo amnesia parcial y a
ratos. Fue una mujer bondadosa y recta “como todos los Romeros de Guacochito”,
así dijo siempre el periodista Ismael Calderón Mendoza, también familiar de “El
Negro” Rodríguez.
La vocación de negociante de
Gustavo “El Negro” Rodríguez la marcó desde su pubertad, en Valledupar inició
con negocios de intercambio inicialmente, luego llegaron cosas muy grandes que
lo obligaron a buscar nuevos horizontes; recorrió Maicao, Barranquilla, Santa
Marta para aterrizar en Cartagena; allí se rodeó de buenos e ilustres amigos
que lo hicieron participe de una sociedad sana, emprendedora, humorística y de
buen roce social.
Uno de sus mejores amigos en
Cartagena es Roberto Malo, un otorrino que le brindó todo el apoyo necesario
para enraizarse en una de las sociedades costeñas más difíciles del país; de él
habla en todas sus tertulias y con admiración y respeto narra constantemente
anécdotas muy interesantes que junto con Pablo Diaza, Gonzalo Urzola, Mochi
Malo, José Martínez viven a cada momento de encuentros que cotidianamente se
dan en cualquier sitio de “La Heroica”.
Pero todas esas andanzas de paz,
de amistades buenas, de tertulias, negocios y jocosidades no le han podido
hacer olvidar los ratos felices de su pasado juvenil y a cada momento saca el
tiempo necesario para visitar su terruño.
En Guacochito, Los Corazones, Lar
Raices y Guacoche, él es un ídolo de la bondad para sus paisanos; “El Negro”
llena unos espacios que a veces son incomprensibles, se sienta bajo una enramada
y al rato el lugar está lleno de personas; donde quiera llega siempre habrá un
agasajo de quienes lo reciben y que él comparte con los que llegan con su
persona; un sancocho de chivo, arepas de queso de primera calidad, pescado,
tortuga de mar, peto de maíz y hasta una patilla o sandía es compartida con una
dedicación tan especial que todo se siente exquisito y luego los cuentos y las
anécdotas.
Esa tarde antes de regresar a
Cartagena visitó a un amigo en Las Raices; preguntó anfitrión sobre su salud,
miro a sus pies y al verlo sin zapatos, descalzó los suyos y abrió el espacio
para que su amigo se calzara; al llegar luego a la tienda del pueblo, solicitó
refrescos para repartir entre sus acompañantes
y la señora no quiso recibir
el dinero del pago de los
liquidos; simplemente dijo: “ quien puede cobrarte Negro; si tú no
tienes nada tuyo, ahora entiende que todo aquí es tuyo”
De regreso a Guacochito lo
esperaba un grupo de amigos y primos para compartir pato al horno, él se
acomodó en una banqueta, tocó su barriga y se dijo: “Que vas a hacer ahora Negro, si
ya no hay espacio para los patos, bueno, iré al baño a desocupar un poco y
abrir el espacio para no despreciar a mi gente”
Descalzo, sonriente y con la
satisfacción dibujada en su rostro, vió una cerda amamantando sus marranitos,
detuvo un tiempo la vista y se sintió grande por tener tanta riqueza; “Este es
mi real patrimonio”, pensó en voz alta y se dijo que cuando llegase a
Cartagena, se reuniría con Selfa su esposa para venir con ella a la bella
tierra de los pastores que la esclavitud del pasado formó en un rincón de la
patria llamada Guacochito.