lunes, 6 de febrero de 2023

LUCHO MARTINEZ UN ICONO DE CODAZZI


Por Rodrigo Rieder

Como pasa el tiempo y la mayoría de las veces no nos damos cuenta y cuando venimos a percatarnos ya estamos un poco cansados, las arrugas están profundas, el pelo es ralo en la cabeza tratándose de nosotros los hombres, a quien nos crece la barriga y nos llenamos de experiencia y precaución para actuar.

Ayer sábado, Luis Enrique Martínez Alfaro y su esposa Estela fuimos invitados a almorzar en la residencia de una de sus hijas: Dina acá en Valledupar, concretamente en el barrio Don Carmelo.

PERDIDO



Salí de “Royce” en Guacochito muy temprano, aproveché para ir a visitar a Rodolfo uno de mis hijos y luego fui a orar un rato en medio de una soledad tremenda dentro del vehículo rodeado de otros automotores por donde pasaban motos, ciclas, carros de mulas, vendedores en carretilla, heladeros, camiones y lujosos autos.

Quise estacionarme ahí para doblegar el tedio de la tranquilidad en la que vivo en ese pueblecito que muchos le llaman “corroncho”, pero muy lleno de paz y un grupo grande de parientes orgullosos del caserío, humildes y hasta feos como me decía alguien, pero a quienes acepto con mucho cariño sin tratar de querer cambiarlos; así son felices e igual me dejan serlo a mí.

Cuando encendí el auto para ir a Don Carmelo idealicé la dirección al inicio de una de las vías de entrada y salida de Valledupar y tomé la avenido Simón Bolívar rumbo al terminal de transportes; cuando sobrepasé al Aeropuerto Alfonso López me di cuenta que me había equivocado y regresé a tomar la vía a Fundación, ruta por donde está la entrada del barrio Don Carmelo.

Este extravío me hizo pensar en los años que llevo entre pecho y espalda que ya comenzaron a afectar la memoria. Al entrar al sector venía un señor con un cartel rojo donde había una leyenda; leí me detuve, lo llamé porque el contenido y el señor bien vestido se me acercó; tenía un aroma a colonia “María Farina”, el pelo completamente negro (teñido) y unos zapatos blancos resaltaban en los pies donde un pantalón negro y bien planchado entregaba la sensación de una empedernida soltería, lo llamé y comenzó a hablar sobre las actuales formas de ser de las damas de hoy en día.

Estuvimos en desacuerdo y tras tal situación encontré la dirección de Dina Liceth Martínez; en la puerta de la casa frente al parque estaba “Lucho” su padre haciéndome señas que: ahí estaba la casa.

Estela y su hija Dina me esperaban con Cecilia, quien no pudo ir conmigo por tener obligaciones médicas; hablamos poco y vino el suculento almuerzo que luego se convirtió en una charla sabrosa donde les conté parte del transcurso de la vida mía que ellos desconocían.

Vi a Estela llena de vida, ella es una dama ejemplar; siempre dije que “Lucho” había salido premiado en su matrimonio con ella. Tienen hoy cuatro hijos hermoso ya casados e igual de felices que sus padres: Luis Enrique, Julio Cesar, Dina Liceth (anfitriona) y, Heidi Estela.



RECORDÉ AL AVISO QUE LLEVABA EL SEÑOR

Cuando hacía ésta reflexión recordé al señor del cartel a la entrada del barrio. En silencio me dije: -“Sera posible encontrar una dama con esas condiciones”- Entonces los miré a ellos dos y ahí estaba una mujer con esas condiciones; Estela Daza Cuello, la esposa de Luis Enrique Martínez Alfaro mi amigo de la juventud y a quien considero junto a mi primo Rodolfo Murgas Rieder; las dos personas más correctas que he conocido.

 

 

 

 

 


lunes, 21 de noviembre de 2022

LAS MASACRES AHORA NO TIENEN RESPONSABLES


El pico más alto de masacres en Colombia en 2022 se registró durante los primeros 100 días del mandato del actual presidente de Colombia, Gustavo Petro. Además, las cifras oficiales mostrarían un subregistro de homicidios colectivos, con respecto a los datos que ha recabado la sociedad civil. Esas son algunas de las conclusiones a las que llegó la Fundación Paz y Reconciliación (Pares) en su informe de gestión sobre el arranque del nuevo periodo presidencial.



Según el reporte de “Pares”, entre el 7 de agosto —fecha de la posesión de Petro— y el 27 de octubre ocurrieron 32 masacres, mientras que el Ministerio de Defensa apenas llevaba 25 en su cuenta. En agosto ocurrió el pico de masacres más altas de este periodo: 16 casos.

Los departamentos con más casos fueron Cauca y (cuatro casos), Bolívar Bogotá (tres casos respectivamente). En total, hubo masacres en 14 de los 32 departamentos del territorio nacional y las zonas más vulnerables fueron las de costa y frontera.

Además, el número de casos y víctimas de masacres y desplazamientos forzados también va en aumento. En el caso de los confinamientos forzados, el número disminuyó a nivel nacional pero está concentrado —y en aumento— en tres departamentos, principalmente en regiones habitadas por poblaciones indígenas y afrocolombianas.


Para “Pares”, la situación de violencia en estos primeros meses de Petro no habría cambiado mucho en los territorios. En general, señaló el informe, “ninguna de las experiencias previas de sometimiento a la justicia, ni tampoco los procesos de paz anteriores, ni el actual en Colombia, han logrado evitar que nuevas violencias organizadas se conformen. Esto fue claro en grupos que se conformaron después de procesos de desmovilización o sometimiento, como el Clan del Golfo o AGC”.

 

sábado, 30 de julio de 2022

 

TEODORITA Y MARCELINO; MIS LEJANOS COMPADRES

Rodrigo Rieder

En un receso de la vida en pareja y trabajando para El Heraldo haciendo corresponsalías esporádicas se me encargó un trabajo sobre los cantores de la orilla del rio Magdalena, me fui a Talaigua Nueva tras pasar por Mompox y entre lanchas y motos me hicieron arrimar a tierra firme en Pinto.

El área urbana la constituyen los antiguos corregimientos de Pinto y Pinto Nuevo, fusionados como una sola célula urbana que hoy conforma la cabecera municipal, localizada a orillas del Brazo de Mompox del Río Grande de la Magdalena. El área rural la constituyen los corregimientos de Carretal, Cienagueta, Cundinamarca, El Veladero y San Pedro.

Hay un Pinto distinto y el antiguo que en épocas de invierno y cuando el río crece sus moradores se trasladan al nuevo Pinto. Teodorita había residido en Codazzi en tiempos de su bonanza algodonero, Marcelino su esposo trabajó con los hermanos Villarreal en algunas fincas algodoneras y ganaderas; luego regresaron a su tierra natal y el volvió a ser pescador y ella la procesadora, comercializadora del producto y administradora del dinero.

PINTO: COMO ES


Llegué a la plaza, una pequeña y cuidada iglesia blanca acompañada por unos patos que volaban alrededor enmarcaban un cuadro visual hermoso, el cielo azul daba la sensación de oler a ozono y unas cuantas personas se asomaban a las puertas para ver quién era yo enfundado en una camisa a cuadros rojos, cachucha del mismo color, pantalones amarillos, una cámara en el hombro y un pequeño maletín.

No vi personas de cabello rubio y creo que no las había en el pueblo, eso concluí porque me miraban con recelo y haciendo énfasis visual en el color amarillo de mi pelo. Pregunté por Teodorita y me respondió un señor que le faltaba un brazo que había perdido al usar dinamita para pescar: -“esa es la mujer de Marcelino; yo lo llevo- respondió.

Caminé dos calles y doblé a la izquierda y luego estaba al frente de una vivienda de color azul turquí con la puerta enmarcada en una lámina de zinc.  –“Compadreeee”- gritó de emoción y nos abrazamos, tomamos tinto en totuma y sentados en un taburete de cuero peludo esperamos a mi compadre Marcelino.

Así es su gente; pescadores, agricultores de pequeñas parcelas, sinceros y francos al hacer sus cosas y viviendo un cambio que les ha permitido cambiar a los burros por las motos como medio de transporte, pero siguen enfrentando las crecidas del río en invierno y mudándose a donde la altura de la tierra se los permite.

MI PESCA


En la noche hablamos de la abundancia del bocachico en tiempos pasados y las pescas que se hacían en las calles del pueblo cuando el Magdalena se desbordaba y que ahora solo eran historias. Nos recostamos en dos sillas-descanso en un amplio patio donde se miraban las estrellas, pero esa noche no estaban; Teodorita nos traía café a cada largo rato dl momento y tras contarle a mi compadre a que iba a Talaigua Nueva me dijo: -“Compadre, yo sé cuánto le gusta la pesca, acompáñeme mañana a la ciénaga y luego se va a escribir sobre las músicas de las viejitas”-

Dormimos un rato en las hamacas mecidas por una brisa suave que entraba por la parte sur del corredor, escuchamos el canto de un gallo y el meció mi colgadero, miré el reloj y eran las cuatro de la mañana; fue a un tanque lleno de agua ubicado bajo un techo que hacía de lavadero de ropa y se bañó con cuatro o cinco totumazos; hice lo mismo, cambié la cachucha por un sombrero alón, me puse unas botas y ahí me fui con el compadre.

Llegamos tarde según concepto de otros pescadores que junto a nosotros amarraban a sus canoas los aparejos y embarcaban agua potable para todo el día, nosotros hicimos lo mismo y en una cava de icopor aseguramos los preparativos que nos entregó Teodorita al salir.

Navegamos impulsados por remos, participé con un alternativo, pero fue muy grande el esfuerzo y me quedé quieto. Entre tarullas, troncos salidos, playitas a la vista, garzas blancas, babillitas pequeñas y patos yuyos llegamos a un paraje y mi compadre se puso de pie tras detener la canoa, alistó su atarraya, se paró sobre los bordes en la proa de la canoa y tras, tiró.

Que bello espectáculo. Al salir impulsada, la red se abrió y dejó ver una luna tenue tras el brillo del sol sobre el copo de unos árboles; volaron pajaritos asustados y sardinitas ariscas brincaron sobre el espejo de agua; mi compadre sonrió, creí en su sonrisa y así fue, poco a poco cobró la red que había ido a lo profundo de la ciénaga y comenzaron a verse los peces, que emoción.

Así lo hizo por varias veces y llenamos un tanquecito verde que yo miré a cada rato para ver por dónde iba, entonces nos arrimamos a la sombre de un árbol del cual supongo en verano se aprovechan las vacas para descansar; esta vez fuimos nosotros.  –“Vamos a desayunar-“ dijo.

Eran las diez y treinta de la mañana, abrió la cava y ahí estaba; Teodorita sabía que a mí me gustaba la yuca con queso rallado, eso había en un pequeño envoltorio, pero el queso estaba en un bloquecito y a su lado estaba el rallador. Tras el movimiento continuo de la canoa cuando mi compadre pasaba el queso por el aparatico la nave no dejó de moverse.

Bueno, pasé un rato diferente en la vida; esa tarde almorcé bocachico frito con yuca y agua de panelas fría, me bañé y esta vez me preparé para tener conversaciones con mi comadre para después salir a hacer lo que correspondía a mi trabajo como periodista, abordé una lancha distinta hacia Talaigua Nueva lleno de nostalgia y convencido de que para ser feliz no se necesita ser adinerado, ni los supermercados cerca, tampoco las corbatas ni las prendas de oro en las orejas o manos de una mujer, es cuestión de actitud, ellos por ejemplo ni se daban cuenta los felices que vivian.

 

 

 

 

miércoles, 16 de febrero de 2022

EL SENTIR DE UN MUERTO

 

 


 

N0 SE A QUIEN ESCRIBO; TAMPOCO SÉ SI ES UNA POESÍA, CRÓNICA O NOTICIA; ES MI SENTIR

 

Desde mi partida te veo desde mi mundo que  amaneces muy triste, eso me duele porque debiste cuidarme un poco más cuando sentí esa necesidad

 

He visto que lloras mucho por mi ausencia y eso me pone desesperado,

No sigas así, que yo estoy bien, solo mi cuerpo está lejos de ti

Porqué el corazón, el alma  y mi presencia están contigo.

 

Te miro como descansas en mi cama y como rompes en llanto.

#roridu2000

Por favor intenta ser fuerte,  aquí junto Al Creador igual le pido que le lleve paz a tu corazón, deseo que comprendas y sigas adelante, algo debiste aprender de mí.

 

Sé que fue muy repentino, pues no tuvimos tiempo para nuestra despedida y también lloré por aquello muchas veces antes de partir. Pero Dios ha querido llevarme junto a Él,  este es un lugar tranquilo donde brotan manantiales transparentes con un brillo que te dejaría sin palabras pero no podrás decirme nada.

 

Aquí la paz que reina, jamás podrá ser imaginada. Si de alguna manera, te puedo dar conformidad te diré; todo es muy tranquilo pues es un paraíso como el que algún día pensamos crear.

 

ENTIENDE

 

Era mi hora, nadie puede contra el destino pues el mío era ese de tener que partir cómo lo tienen que hacer lo que se quedan ahora; imagina que estoy en un largo viaje y que algún día, estaré en tus brazos nuevamente y me podrás dar todos esos besos que muchas veces te pedí y no me diste, esos abrazos que ahora extrañas y que yo también necesito.

 

No dejes que se llene de tristeza la casa, sonríe siempre sonríe; estaré mirándote y acompañándote a cada instante mientras me recuerdes, necesito que tu estés bien,  que recibas ahora la tranquilidad que siempre quise darte y que equivocadamente llegó a ti, las veces que no me entendiste.

 

Recuerda; siempre que viva en tu corazón viviré eternamente. Cuando DIOS así lo quiera que aquí te estaré esperando pero solo cuando Él decida llamarte. NO LO OLVIDES como tan poco olvides que yo te AMO y lo haré eternamente-

viernes, 8 de septiembre de 2017

UNA RANA ME ENSEÑA


Por Rodrigo Rieder
No es fácil vivir y en medio de ello conquistar la comida diariamente asistiendo los espectáculos de desatinos y los espejismos de engaños y muchas otras cosas que despiertan en cada uno el pesimismo, el dolor y el abatimiento.
La vida es dura pero sabrosa, estando en Valledupar me siento habitando en un nido gigantesco donde siempre siento tibio el cuerpo y tranquila el alma.
En medio del fuerte aguacero me dediqué a mirar el horizonte mientras las ráfagas de brisa me acariciaban  las mejillas y la ropa se mojaba, quise sentir el agua generando frío en el cuerpo y aunque a intervalos me sobresalté con los fuertes truenos, dejé que mis ojos se acostumbraran a los fulgurantes relámpagos previos y al ensordecedor sonido propio de los buenos aguaceros.
El entorno estaba acompañado de la soledad, la oscuridad llegó de pronto en el momento que un relámpago hizo colapsar le energía eléctrica, entonces quise disfrutar con mayor intensidad la torrencial lluvia que  con sus gruesas gotas acompañaban el fuerte ventarrón  que hacía temer lo inesperado, pero sin saber que podría ser.

Una rana blanca igual a mi piel brincó de pronto y desde afuera se adhirió a la puerta, se acomodó y compactó el cuerpo hasta mimetizar su color que desapareció con la oscuridad, unos patos pisingos pasaron volando bajo y luchando con la brisa para posarse a pocos metros de donde los podía ver cada vez que un relámpago alumbraba el largo patio rodeado de trupios  y un guamacho grande que se mecía como con alegría  y  fortaleza recibía los embates del pequeño huracán.
Entre truenos, el sonido del aguacero, el olor a mojado, la vista de los relámpagos, el frio y un horizonte marcado a intermitencia, me di cuenta como mis cinco sentidos percibían el aguacero bendito que caía en mi tierra.
Escampó y comenzó el concierto musical de sapos y ranas,  una tangas acompañaron la sinfonía con sus entorpecidos cantos y me dispuse a salir para regresar a casa; hundí los pies en el barro frágil y caminé con agua a la media pierna hasta donde estaba en vehículo que me llevaría a la residencia y empaque todo en medio de las últimas gotas de lluvia; cuan bella fue la sensación al sentir empapado el cuerpo y con cara al firmamento le di gracias a Dios por permitirme ver y sentir la vida de ésta manera.

Ya conduciendo en mi regreso mis pensamientos siguieron circulando en el entendimiento y me puse a analizar como hubiese sido sentir  este fenómeno natural  encontrándome en la ciudad y encontré que quizás no lo habría disfrutado tanto. Llevaba ganas intensas de tomar un café caliente, de arroparme con una tipia capa de peluche suave y dormirme sin percatarme cuándo  en qué momento se cerrarían los ojos y se apagara el suiche momentáneo de estar viviendo.
Volví al campo al día siguiente donde estuve pasando el aguacero y todo estaba renovado, un espejo de agua cubría el lugar de mis preferencias, cuanta música del cantar de variedades de aves le daban alegría al sitio, una cotorras jugueteaban en el árbol verde ahora reposado y unas mari mulatas hacían el amor sobre una rama seca, tres flores de arbustos recién sembrados regalaron a mi vista una bella combinación con el verdor del pasto simbolizando románticamente una bandera enviada por Dios para mi deleite.
Miré la pared y ahí estaba la ranita que ayer había visto saltar durante el torrente de agua caída del cielo, solo observando con cuidado la pude detallar que no mostraba ojos ni separaciones de miembros, solo  hacia parecer una esponjita gris igual al color de la pared; la tomé con cuidado y su cuerpo frío me sorprendió, brincó desde mi mano y vi sus órganos, antes que desapareciera.
Prendí  un radiecito verde y lo primero que escuché fue la voz del papa Francisco en su visita Colombia; la voz suave y pausada penetró a mis oídos lentamente, escuche cuando decía: "Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta nación por décadas; leyes que  nazcan de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad,  del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia".

Volví a mirar alrededor y noté la pureza de la naturaleza, la armonía en sus sonidos, lo dulce del rocío que comenzó a caer, el gratificante aroma de las tres flores recién abiertas y la integralidad del frio cuerpo de la rana involucrado en un panorama construido por Dios para darnos lecciones que la mayoría de las veces no entendemos o ni siquiera nos detenemos a estudiar para poder Entenderlo.

jueves, 3 de agosto de 2017

OSCURIDAD, TAN CLARA COMO LA PUREZA DE LOS PUEBLOS

Por: Rodrigo Rieder

Pueblos del Cesar. Pueblos fantasmas; puede se Llerasca, en Codazzi;  Higoamarillo, en Chimichagua; El Carbonal, en Rió de Oro; La  Guajirita, en Becerril; Las Pitillas, en San Diego; Arjona, en Astrea. En fin todos los pueblos del Cesar, han sido siempre; pueblos del olvido.
Parece que existieran solo en la imaginación distorsionada  de quien regresa de ellos sin analizar el valor que poseen y la calidad de sus habitantes; pueblos  despiertan ahora la perplejidad y el
asombro, sobre todo cuando  los comparamos a cuando estaban vivos en tiempos pasados. Ahora siguen viviendo un mundo aletargado, repleto de maravillas distintas a causa de la modernidad que no pueden asimilar por las limitaciones de sus gentes.

Muchas casas están sin puertas ni ventanas, ya no hay ni ladrones, no se sienten los vientos del soñado progreso en algunos inquietos habitantes, los soles inclementes que calcinan tomateros o
sembrados frágiles al calor; las viviendas están descoloridas y sus fachadas se parecen a las caras de los muertos, las calles permanecen cubiertas de olvido, de escobillas, de bolsas plásticas que
caminan por las calles movidas por el viento, de animales que vagan por sus senderos y de piedras que no duelen a los pies de los caminantes.
Muchas sombreadas esquinas, no tienen el peladero habitual donde jugaron trompo y brincaron sobre peregrinas rayadas en el suelo por los niños y niñas que miran una flor con desconsuelos; se nota el panorama, como una pintura inocente donde buscan refugio los desocupados, que son todos, y se mezclan con las mariposas, los burros, marranos y caballos que vagan por los caminitos, en iguales circunstancias, todos sin oficios.
Ayer regresé de uno de ellos; en mi romántica permanencia me detuve un rato a escuchar el silencio, no percibí, un solo sonido destemplado; música de aves que cruzaban el cielo con direcciones desconocidas, murmullos de personas que hablaban en forma lenta poniéndole  melodía a las frases como si compusiesen canciones a su existencia.
Vi muchas personas en la tarde, sentadas en los bordillos esperaban la noche, ancianos que en sus taburetes rumiando sus pasados, observé mujeres englobadas por los embarazos, esperando el momento de inaugurar una nueva vida: Luego también noté a hombres inventores de sus propias labores, tejiendo los descansos y los sueños irrealizables.
En cada pueblo del Cesar no encontré lugar para la codicia, miré una paz acompañando al olvido y a la indiferencia, eso me hizo pensar en las palomas que desgarraban el viento con su vuelo lleno de desatino y desesperanza, igual que la juventud pueblerina que no sabe a donde los lleva su destino o parecido a como se han desgarrado en cada uno de estos sitios, el progreso y la pujanza. Dormí en uno de los pueblos arriba citados, y en esa noche vi descender las estrellas por hilos invisibles repletos de incertidumbre;  me di cuenta que en ese pueblo me encontraba  flotando sobre sombras creadas por Electricaribe sembrando violencia a causa de los constantes apagones, allí no hay paz; como podría haberla en medio de tanta oscuridad en la noche repleta de mechones y lámparas titilantes, ahí palpé los cucullos y las  luciérnagas surcar el calor en los matorrales de un patio cualquiera.
Amaneció despacio y, despacio los labradores, ganaderos y pescadores que se dijeron a sí mismos; no  a marcharse. Se embarcaron en el aire y se dirigieron a sus sembrados, a sus redes de pesca o
corrales para seguir administrando sus pobrezas.
En la mañana después de saludar a los que encontré en mi camino a sentarme en una banqueta, analicé; no tienen monumentos en sus pequeñas plazas, no hay estatuas de ningún material ni de ningún prócer; solo algunas trinitarias que nunca se marchitan y que a pesar de sus espinas no hiere a quien las toca, si no que perfuman los dedos de quien las acaricia; noté a su alrededor como danzan al caminar con inocencia, los muchachos y muchachas que se gustan entre si y, hacen entre ellos, el preámbulo de la diversión que los llevará a fundar otras familias o a sus otras desgracias. Igual a la desgracia de permanecer oscuros en las noches en pleno siglo XXI, solo porque la empresa generadores de energía les dice pícaros y los deja sin el fluido eléctrico.
Hable con alguien y me dijo que éstos pueblos fueron fundados por pastores o labriegos en tiempos remotos y que construyeron las primeras casas con paredes de lana negra; o bien sea la tierra con techos de pétalos de flores filosas en forma de pencas, ahora muertas.


En la otra mañana antes de regresar, fui a un rustico corral construido con alambre de púas y tomé la espuma de la leche  más deliciosa del mundo; estaba manchada con unas gotas de café y adornada con la totuma  más bonita del lugar; cuando monté el equipaje sobre el vehículo, encontré acompañando al maletín; una gallina maniatada, un pequeño costal con yucas y plátanos,  huevos amarrados en forma de ensarta entre majaguas y pescado salado empacados en una caja de cartón. Me estaban regalando parte de sus vidas; para eso viven. Y me pareció el más bello gesto del mundo.
Si hubiésemos visitado una ciudad cualquiera de Colombia, nadie habría agregado nada a nuestro equipaje, si no las quejas y las lamentaciones que nos dejan la modernidad y el cambio permanente que sufre el hombre en su personalidad citadina. Hubiésemos debido comprar, si quisiéramos llevar algo a casa.
Pero lo más hermoso de todo, fue que me traje un bello recuerdo, el cual me dio la idea de sembrar en mi escrito; la solidaridad y el amor que allí vi y viví, la iniciativa de llamar la atención
para que se mire a éstos lugares donde todavía está la pureza de la vida acompañada del olvido, y de la oscuridad, en sus firmes afanes por sembrar desconcierto, resentimiento y violencia en la

condición humana más pura y noble de mi país; la condiciones de los pueblerinos.

domingo, 23 de julio de 2017

GUSTAVO: UN SIMBOLO DE LA PERSONALIDAD Y LA BONDAD DE UN PUEBLO.

Por Rodrigo Rieder

Iniciaba la década de los 60s en mundo occidental y en un rincón de un barrio pobre de invasión que comenzaba a tomar forma, varias familias se iban organizando en  las viviendas que construían con mucho esfuerzo; Valledupar en ese entonces pertenecía al Magdalena y estaba considerada la segunda ciudad del departamento.
Un niño de 5 o 6 años, de tez morena, cruzó de pronto por  el patio de la casa guiando con sus manitas una rueda de caucho de esas que se sacaban de la parte donde  estaba el redondel que hace contacto en el centro de las llantas de los camiones. Emma su madre lo llamó varias veces:              -   Amílcar ven a bañarte.
Juguetón y sonriente el negrito siguió dándole con un palito de madera seca al aro de caucho e imitando al pitirre, unos pajaritos que cantan repetidamente entonaciones que los niños de esas épocas aprendían muy bien. Iba desnudo, atravesaba las calles sin tráfico por el nuevo sector que luego se convirtió en uno de los sectores más grandes y populosos de la capital del Cesar.
Emma Mendoza Romero, tuvo dos hijos: Marilú y Gustavo; a quien inicialmente  le habían asignado el nombre de “Amílcar”, pero todos sus familiares y  compañeros de colegio le aplicaron el mote-matoneo de “MICA”, como diminutivo de su nombre original, pero además burlonamente comparaban el vocablo como la  vasenilla que usaban las mujeres en las noches pera misionar ante la carencia de baños cercanos a los dormitorios y que también se les distinguía con el nombre de “MICA”; igual lo burlaban por ser  la palabra sustantiva de la hembra de los micos que andan en los árboles.

Las Raíces, Los Corazones, Guacoche y Guacochito, corregimientos del norte de Valledupar, vieron a Gustavo correr en sus sabanas comunales, montado en caballos en pelo, o en burros acondicionados con sillones bien ajustados a los lomos de los solípedos en una tierra llena de tunas y cardón donde los rebaños de ovejas y chivos de cuernos filudos se movían libremente. Entre esas localidades hizo estudios primarios inicialmente, después  cursó en Valledupar un bachillerato lleno de solvencias académicas.
Ahí ya  mostró la virtud que le haría triunfador en la vida, una bondad que le permitía regalar desde las “Guaireñas” (especie de sandalias guajiras), lápices y cuadernos a cualquier amigo que  no tuviese cualquier elemento que él tenía en su bolsa de trapo donde apilaba sus útiles escolares y complementos de estudio.
Ya después, familiarmente recibió el remoquete de “El Negro”, Gustavo apreció mucho a su padre Antonio Rodríguez, un ganadero de la zona que mantenía en sus haciendas, los mejores caballos de paso, las vacas más lecheras y los hatos de chivos mejor organizados de la región; andaba en caballos muy hermosos, usaba sombrero, zamarros de cueros y espuelas que sonaban a cada paso cuando se apeaba de los corceles que dejaba amarrados en las puertas de sus amadas mujeres en una zona y una época donde estos menesteres recibían la admiración de todos los congéneres del medio.
Emma, la mamá rebelde, una dama que sabía proteger a los suyos, no tan solo a sus dos hijos, igual lo hacía con sus hermanos: Eliseo, Camilo y Antonio; o con sus sobrinos y primos que hacían de su casa una especie de consulado de Guacochito; allí un café no había que pedirlo, una vez después del saludo, Emma aparecía con una burbujeante taza de café caliente con sabor a ajengibre y un taburete de cuero en la mano para dar la bienvenida a cualquier visitante.
A Emma con el paso de los años comenzaron sus allegados a llamarla “Mema”, murió al lado de su hija Marilú llena de terquedades propias de su senilidad que le trajo amnesia parcial y a ratos. Fue una mujer bondadosa y recta “como todos los Romeros de Guacochito”, así dijo siempre el periodista Ismael Calderón Mendoza, también familiar de “El Negro” Rodríguez.
La vocación de negociante de Gustavo “El Negro” Rodríguez la marcó desde su pubertad, en Valledupar inició con negocios de intercambio inicialmente, luego llegaron cosas muy grandes que lo obligaron a buscar nuevos horizontes; recorrió Maicao, Barranquilla, Santa Marta para aterrizar en Cartagena; allí se rodeó de buenos e ilustres amigos que lo hicieron participe de una sociedad sana, emprendedora, humorística y de buen roce social.
Uno de sus mejores amigos en Cartagena es Roberto Malo, un otorrino que le brindó todo el apoyo necesario para enraizarse en una de las sociedades costeñas más difíciles del país; de él habla en todas sus tertulias y con admiración y respeto narra constantemente anécdotas muy interesantes que junto con Pablo Diaza, Gonzalo Urzola, Mochi Malo, José Martínez viven a cada momento de encuentros que cotidianamente se dan en cualquier sitio de “La Heroica”.
Pero todas esas andanzas de paz, de amistades buenas, de tertulias, negocios y jocosidades no le han podido hacer olvidar los ratos felices de su pasado juvenil y a cada momento saca el tiempo necesario para visitar su terruño.
En Guacochito, Los Corazones, Lar Raices y Guacoche, él es un ídolo de la bondad para sus paisanos; “El Negro” llena unos espacios que a veces son incomprensibles, se sienta bajo una enramada y al rato el lugar está lleno de personas; donde quiera llega siempre habrá un agasajo de quienes lo reciben y que él comparte con los que llegan con su persona; un sancocho de chivo, arepas de queso de primera calidad, pescado, tortuga de mar, peto de maíz y hasta una patilla o sandía es compartida con una dedicación tan especial que todo se siente exquisito y luego los cuentos y las anécdotas.
Esa tarde antes de regresar a Cartagena visitó a un amigo en Las Raices; preguntó anfitrión sobre su salud, miro a sus pies y al verlo sin zapatos, descalzó los suyos y abrió el espacio para que su amigo se calzara; al llegar luego a la tienda del pueblo, solicitó refrescos para repartir entre sus acompañantes  y la señora no quiso recibir  el    dinero del pago de los liquidos; simplemente dijo: “ quien puede cobrarte Negro; si tú no tienes nada tuyo, ahora entiende que todo aquí es tuyo”
De regreso a Guacochito lo esperaba un grupo de amigos y primos para compartir pato al horno, él se acomodó en una banqueta, tocó su barriga y se dijo: “Que vas a hacer ahora Negro, si ya no hay espacio para los patos, bueno, iré al baño a desocupar un poco y abrir el espacio para no despreciar a mi gente”
Descalzo, sonriente y con la satisfacción dibujada en su rostro, vió una cerda amamantando sus marranitos, detuvo un tiempo la vista y se sintió grande por tener tanta riqueza; “Este es mi real patrimonio”, pensó en voz alta y se dijo que cuando llegase a Cartagena, se reuniría con Selfa su esposa para venir con ella a la bella tierra de los pastores que la esclavitud del pasado formó en un rincón de la patria llamada Guacochito.